Julio Ortega
Silvia Goldman (Montevideo, 1977) De los peces la sed.
Pandora Lobo Estepario ediciones. Chicago, 2018.
“Poesía vertical,” llama a ésta Sarli Mercado, con acierto, dado el precipitado verbal que acarrea un mundo discernido por su flujo trágico y vulnerado. A la pregunta de si se puede escribir poesía después de Auschwitz, la poeta asume que no es posible elegir porque el Campo concentracionario elude su nombre pero se cierne en el lenguaje mismo con su tinta de “leche negra.” Aunque éste libro no se propone volver al horror, asume su linaje para discernir los caminos. Está hecho, por lo mismo, de preguntas desnudas:
¿cuánto dura un niño?
¿cuánto dura un niño en un poema?
¿cuánto dura el niño que cae en el agua de este poema…?
Por ello, si la herencia de los padres es la conciencia de la muerte, la herencia de las madres es la vida del hijo en el lenguaje:
Hoy no decimos el recuerdo
lo ponemos al lado de la ventanilla
lo miramos de reojo y esperamos
el autito amarillo que se fue por la alcantarilla
Esta escena del diálogo de la madre y el hijo, descuenta la historia para dejar que el lenguaje, primero, nos incluya, y nos deje después. Una pareja más vulnerable pregunta por su lugar en la lectura.
El exorcismo convoca conmiseración, piedad, con las criaturas que hoy migran en español, fantasmáticamente documentadas. Por un lado, persiste la sombra siniestra de la historia; por otro, la viva lucidez del habla. En el diálogo de la madre y la hija la escena del origen se actualiza:
–mamá, ¿cómo se dice ausencia en el idioma de los muertos?
–se dice miedo a decir agua sin peces
Paul Celan acude de la mano de Vallejo para desplazar la escena del coloquio (la historia del sentido) y recobrar el escenario que el lenguaje es capaz de reconfigurar:
ser Paul Celan
sobrevivir el diluvio de la madre
su cintura rodeada de silencios
sus dedos como velas apagándose
una vez mi hija se subió a mi silencio
tan chiquito era su cuerpo que el silencio era más grande
una vez mi silencio la puso en el lomo y la sacó a pasear
sólo para escuchar como se abría y se cerraba su corazón
como un acordeón cuando lo erizan
…
y mi hija se quedó en la cima del silencio
era la punta de un iceberg
y yo lo que se hundía.
Sólo una palabra del exilio podría restaurar la razón ardiente del canto, capaz de dirimir la violencia de todo orden (exclusión, carencia, corrupción) que hoy devalúa nuestra lengua.
La violencia extrema contra los migrantes así como la violencia de género, tienen como matriz la corrupción, gestada a su vez por la conversión de la vida cotidiana en mercado, a su turno producida por la feroz ideología contra-comunitaria.
Desde lo cotidiano y vulnerable, Goldman recusa la libra de carne y la Carnicería.