Jorge Volpi
Faltan sólo unos días para la investidura de Donald Trump como 45 presidente de Estados Unidos -el momento en que en verdad iniciará este ominoso 2017- y las señales de alarma se multiplican en todo el planeta, de modo particularmente grave para México. Mientras se acorta la desasosegante cuenta atrás, el año de la rabia da paso al de la zozobra: semanas y meses de incertidumbre, dominados por los caprichos de un líder venal y atrabiliario, los prejuicios, odios y ansias de venganza de sus seguidores y la incapacidad de nuestro gobierno para oponérsele. No se atisba el menor aliciente para el optimismo: una suerte de parálisis nos mantiene torpemente a la expectativa como el ratón que, fascinado ante los ojos de la serpiente, admira el sigilo con que ésta habrá de devorarlo.
Si todavía hay quien cree que Trump se moderará en su nuevo encargo, como si la Casa Blanca tuviese el poder de alterar de la noche a la mañana el temple de sus ocupantes -una ilusión tan peregrina como imaginar que nunca sería candidato o que nunca ganaría la elección-, basta observar al equipo de trabajo que ha elegido siguiendo el modelo de The Apprentice -una amalgama de millonarios y militares en cada puesto clave-, sus primeros mensajes como presidente electo -cada tuit, una ofensa-, sus primeros escarceos en política exterior -irritar a China o empeñarse en su defensa de Rusia- o sus primeras medidas -amenazar a Ford, GM y Toyota por construir plantas armadoras en México- para pulverizar cualquier esperanza.
A partir del 20 de enero, tendremos al mismo Trump que hemos visto mentir una y otra vez sin jamás arrepentirse; al mismo Trump que no ha vacilado en burlarse de sus rivales; el mismo Trump que ha sobajado a las mujeres, los musulmanes o los veteranos; el mismo Trump que se siente superior a todos los expertos; el mismo Trump que persigue enemigos por doquier para justificar su autoritarismo; el mismo Trump que ha prometido incrementar el arsenal nuclear de su país; el mismo Trump que desprecia los derechos humanos; el mismo Trump que no ha dejado de señalar a México y a los mexicanos como los principales obstáculos en su desorbitada promesa de "hacer a Estados Unidos grande otra vez".
Y así, mientras los políticos de ultraderecha, racistas, xenófobos, autoritarios, proteccionistas y ultraconservadores de todo el mundo se frotan las manos -¡demagogos del mundo, uníos!-, el gobierno de México no sale de su pasmo, incapaz de darse cuenta de lo que está por venir. Ante una impopularidad extrema, fraguada entre los innumerables casos de corrupción y Ayotzinapa, acrisolada con la esperpéntica visita de Trump a Los Pinos y rematada con el alza del precio de la gasolina, no logra articular un discurso mínimamente coherente para estos tiempos de zozobra. Hasta ahora, la estrategia ha sido la prudencia extrema: no hablar de más, no alertar sobre el peligro para no hacerlo parecer aún mayor -aunque lo sea-, maquillar las amenazas como "desafíos" e insistir en el "diálogo constructivo" con quien no ha dejado de atacarnos.
A la feroz crisis económica que se nos viene encima, y a la devaluación del peso que no tiene visos de frenarse, en los próximos meses estaremos obligados a "renegociar" el TLCAN -un eufemismo que implica aceptar el menor número posible de exigencias de Trump-, al tiempo que tendremos que recibir a un número imposible de cuantificar de mexicanos expulsados de Estados Unidos: si Obama deportó a 2.5 millones entre 2009 y 2015, es infantil pensar que Trump -con un secretario ultra como Jeff Sessions- no superará esa cifra con rapidez. Y eso sin contar la respuesta ante la advertencia continuada de que pagaremos el infame Gran Muro.
La prudencia, si es que es prudencia y no mera inmovilidad, no es admisible: México requiere un nuevo discurso público -una nueva narrativa-, firme y nítido, para el abierto enfrentamiento que nos espera con Trump. Una narrativa de unidad que no podrá ser articulada sólo con palabras huecas y blandas, como las que hemos escuchado hasta ahora, sino con hechos y posiciones que demuestren un radical cambio de rumbo.