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La extinción de los intelectuales

Por 23 de marzo de 2014 Sin comentarios

Eder. Óleo de Irene Gracia

Jorge Volpi

El 23 de octubre de 1968, el suplemento La Cultura en México publicó al fin, luego de la llamada “tregua olímpica” impuesta el día 12 en realidad un periodo de censura extrema, el poema que semanas antes Octavio Paz había dirigido a los coordinadores del programa cultural de la Olimpíada. Apenas el 18 de octubre se había hecho pública su renuncia a la embajada en la India, y las voces afines al régimen no cesaban de vituperarlo.

“México: Olimpíada de 1968” incluía algunalíneas poderosamente explícitas(Los empleados/ Municipales lavan la sangre/ En la Plaza de los Sacrificios) y habría de convertirse en un ejemplo para muchos de los poetas más relevantes de laépoca, como José Emilio Pacheco, Gabriel Zaid, José Carlos Becerra, Marco Antonio Montes de Oca o Juan Bañuelos. En el ambiente de represión posterior all 2 de octubre,sus versos fueron el más abierto desafío contra el gobierno.

La renuncia de Paz encarnó uno de los momentos más brillantes de la tradición del intelectual público en México. Siguiendo el modelo iniciado en 1898 por Émile Zolacon su célebre J’accuseel poeta usó todo su prestigio para señalar los abusos del poder. Desde entonces, la figura del escritor comprometido adquirió cada vez mayor prestigio en nuestro país, y la carrera personalidades tan disímbolas como Fuentes, Zaid, Monsiváis o Poniatowska se fraguó en buena medida gracias a la legitimidad alcanzadaen el 68. De hecho, el poder simbólico de los intelectuales se volvió tan grande que lospolíticos de entonces nunca dejaron de verlos con una rara mezcla de temor, admiracióndesprecio.

Estperverso sistema, en el cual los intelectuales fungían como guías morales de la sociedad, siempre dispuestos a exhibir los abusos de un gobierno que a su vez se esforzaba en complacerlos o neutralizarlos, comenzó a extinguirse en el 2000. Pordisfuncional que haya resultado nuestra transición a la democracia, acarreó una drástica mutación en el modelo de autoridad. Como revela el caso extremo del 68, durante la larga época del autoritarismo priista los intelectuales eran casi las únicas voces disidentes, y sus opiniones eran escuchadas tanto por los círculos de poder como por laspequeñas élites ilustradasSus palabras adquirían, pues, un carácter netamenteperformativo y tenían claros efectos en la realidad.

  A partir del 2000, con una sociedad cada vez más abierta y plural, ese rol de gurú o de oráculo se erosionó drásticamente. Las razones son múltiplesPrimero, los medios de comunicación se abrieron poco a poco a otras voces, en especial de quienesse presentan como auténticos expertos en la agenda pública, hitoriadoressociólogos,politólogos y economistas. O bien se dio lugar a opinadores profesionalesopinócrataslos llama Jorge Castañedacuya celebridad no se basa en su obra artística o científica, sino en el éxito social de esas mismas opiniones.

En segundo término, tras el vago interludio de Fox con el Grupo San Ángel, los gobiernos sucesivos ya nunca sintieron esa morbosa fascinación hacia los intelectualesde sus predecesoresen tanto que muchos de éstos comenzaron a acercarse más al poder económico qual político. En tercer lugar, mientras que los escritores de las últimas generaciones nacidos de los sesenta en adelante dejaban de escribir sobre asuntosde interés público, sus maestros inevitablemente han ido desapareciendo (de quienesbrillaron en el 68, sólo quedan Zaid y Poniatowska). Y, por último, la proliferación deblogs y el auge de las redes sociales ha provocado que locomentarios sobre temaspúblicos hayan dejado de ser bienes escasos, como en el 68, para convertirse en una moda omnipresente.

Ninguna de las opiniones de escritores, artistas o científicos que hoy circulan en los medios (incluida por supuesto esta columna) alcanzan siquiera de lejos la relevanciaque tuvieron hace apenas unas décadas. Y quizás esté bien que así sea: el modelo delintelectual engagé respondía a una época de autoritarismo ahíta de figuras admirables. Hoy, la opinión pública se modela de forma más plural, más caótica, más interactiva. Aunque sin duda hay pérdidas: basta leer cualquier artículo de Paz de Fuentes, Zaido Monsiváis, para saber que, si acaso hemos ganado en precisión o variedad, sin duda hemos perdido en términos de estilo. De ese gran estilo que, en el pasado reciente, les servía a nuestros grandes escritores para desmenuzar la realidad e incordiar al poder.

 

Twitter: @jvolpi

 

 


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Jorge Volpi

Jorge Volpi (México, 1968) es autor de las novelas La paz de los sepulcrosEl temperamento melancólicoEl jardín devastadoOscuro bosque oscuro, y Memorial del engaño; así como de la «Trilogía del siglo XX», formada por En busca de Klingsor (Premio Biblioteca Breve y Deux-Océans-Grinzane Cavour), El fin de la locura y No será la Tierra, y de las novelas breves reunidas bajo el título de Días de ira. Tres narraciones en tierra de nadie. También ha escrito los ensayos La imaginación y el poder. Una historia intelectual de 1968La guerra y las palabras. Una historia intelectual de 1994 y Leer la mente. El cerebro y el arte de la ficción. Con Mentiras contagiosas obtuvo el Premio Mazatlán de Literatura 2008 al mejor libro del año. En 2009 le fueron concedidos el II Premio de Ensayo Debate-Casamérica por su libro El insomnio de Bolívar. Consideraciones intempestivas sobre América Latina a principios del siglo XXI, y el Premio Iberoamericano José Donoso, de Chile, por el conjunto de su obra. Y en enero de 2018 fue galardonado con el XXI Premio Alfaguara de novela por Una novela criminal. Ha sido becario de la Fundación J. S. Guggenheim, fue nombrado Caballero de la Orden de Artes y Letras de Francia y en 2011 recibió la Orden de Isabel la Católica en grado de Cruz Oficial. Sus libros han sido traducidos a más de veinticinco lenguas. Sus últimas obras, publicadas en 2017, son Examen de mi padre, Contra Trump y en 2022 Partes de guerra.

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