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La cultura en el centro

Por 21 de octubre de 2015 Sin comentarios

Jorge Volpi

Vivimos en una era paradójica. El mundo nunca fue tan diminuto como ahora y, sin embargo, los cierres de fronteras y los prejuicios nacionales nos muestran la facilidad con que olvidamos los horrores del siglo XX. Las mercancías circulan con la mayor libertad de un confín a otro del planeta, pero quienes se ven obligados a abandonar sus países -sean sirios en Hungría o mexicanos en Estados Unidos- son considerados criminales y tratados como plagas. Caudales de información viajan en segundos mientras millones lidian con la pobreza extrema o temen por sus vidas ante la violencia de bandas delincuentes o del propio Estado. La democracia electoral se ha impuesto sobre un sinfín de dictaduras o regímenes autoritarios -como el nuestro-, pero el desencanto hacia todas las autoridades no hace sino aumentar en nuestra región.

            En los últimos años, México ha padecido con singular fuerza estas turbulencias. Desde los años noventa nos integramos al nuevo concierto económico global, abriendo de lleno nuestros mercados pero sin impedir que nuestros connacionales sean perseguidos al norte del Río Bravo ni que miles de centro y sudamericanos sean vejados o asesinados en nuestro territorio. La transición democrática del 2000 nos concedió la alternancia y el rápido recuento de los votos, pero no alteró las reglas de un sistema que aún garantiza la inequidad y la impunidad. Y, por supuesto, la guerra contra el narco nos inundó con una violencia sólo propia de una guerra civil. Los crímenes de Iguala, ocurridos hace casi justo un año, son la consecuencia extrema de estas contradicciones.

            Frente a los incontables retos que nos aguardan -recuperar la paz, atenuar la desigualdad, crear un sistema de justicia eficaz y confiable, vencer la corrupción- no hay soluciones ni remedios fáciles. Pero nadie debería dudar que los instrumentos más claros para conseguir estas metas se encuentran en la ciencia y la cultura. Un país que no garantiza su calidad y su expansión, a través de instituciones sólidas y confiables y de amplios presupuestos que no se hallen sometidos a los vaivenes económicos -en I+D, por ejemplo, estamos en último lugar entre los miembros de la OCDE- está condenado a un fracaso no sólo social, sino también moral.

            Habrá quien argumente que el fin de la violencia -en particular de la que deriva del narcotráfico-, el aumento del crecimiento o la redistribución de la riqueza no derivan esencialmente de la ciencia y la cultura, como si estas disciplinas fuesen coto exclusivo de las grandes potencias o una veleidad concedida a los pocos que las cultivan, pero a lo largo de la historia se ha demostrado que estas dos áreas representan lo mejor del ser humano y pueden convertirse en la argamasa imprescindible para construir sociedades más igualitarias, más libres y más justas: las sociedades más informadas y más cultas estarán siempre mejor dispuestas para frenar la corrupción y los abusos de poder. 

            Frente a tantos problemas y amenazas, tenemos que reunir el valor de concebir un nuevo proyecto de sociedad, un proyecto de futuro. No una utopía perfecta, modelo suficientemente desacreditado tras la caída del comunismo, pero sí un "mundo mejor", ese sueño del que pocos se atreven a hablar en nuestros días. Y ese mundo mejor pasa necesariamente por auspiciar una cultura -y con ello me refiero también a una cultura científica- abierta, rica, tolerante, que se halle en el centro de nuestras políticas públicas y de nuestros intereses como nación.

            En un tiempo dominado por el entretenimiento y la diversión inmediata, así como por el poder seductor de las nuevas tecnologías, el énfasis en la cultura y en la ciencia ha de privilegiar el rigor y la vocación crítica. El Estado no sólo debe corregir las directrices del mercado, necesarias pero insuficientes, a través de políticas e instituciones transparentes y efectivas, sino sumar a todos los actores de la vida educativa, cultural y científica -creadores, mediadores, promotores y públicos- en una tarea común de reinvención social.

            Desde la ciencia y la cultura hay que atreverse a imaginar nuevas estrategias, nuevos espacios, nuevas relaciones de convivencia y de poder. A la vez, debemos lograr que la ciencia y la cultura se conviertan en los pilares de la educación que impartimos a nuestros hijos desde la primaria hasta la universidad. Quizás no sea la única solución a nuestros incontables conflictos, pero muchos estamos convencidos de que será la más eficaz y duradera.

 

Palabras pronunciadas durante la inauguración del XLIII Festival Internacional Cervantino el 7 de octubre de 2015 en el Teatro Juárez de Guanajuato. 

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Jorge Volpi

Jorge Volpi (México, 1968) es autor de las novelas La paz de los sepulcrosEl temperamento melancólicoEl jardín devastadoOscuro bosque oscuro, y Memorial del engaño; así como de la «Trilogía del siglo XX», formada por En busca de Klingsor (Premio Biblioteca Breve y Deux-Océans-Grinzane Cavour), El fin de la locura y No será la Tierra, y de las novelas breves reunidas bajo el título de Días de ira. Tres narraciones en tierra de nadie. También ha escrito los ensayos La imaginación y el poder. Una historia intelectual de 1968La guerra y las palabras. Una historia intelectual de 1994 y Leer la mente. El cerebro y el arte de la ficción. Con Mentiras contagiosas obtuvo el Premio Mazatlán de Literatura 2008 al mejor libro del año. En 2009 le fueron concedidos el II Premio de Ensayo Debate-Casamérica por su libro El insomnio de Bolívar. Consideraciones intempestivas sobre América Latina a principios del siglo XXI, y el Premio Iberoamericano José Donoso, de Chile, por el conjunto de su obra. Y en enero de 2018 fue galardonado con el XXI Premio Alfaguara de novela por Una novela criminal. Ha sido becario de la Fundación J. S. Guggenheim, fue nombrado Caballero de la Orden de Artes y Letras de Francia y en 2011 recibió la Orden de Isabel la Católica en grado de Cruz Oficial. Sus libros han sido traducidos a más de veinticinco lenguas. Sus últimas obras, publicadas en 2017, son Examen de mi padre, Contra Trump y en 2022 Partes de guerra.

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