Skip to main content
Blogs de autor

Entre Ramfis y Radamès

Por 14 de julio de 2013 Sin comentarios

Eder. Óleo de Irene Gracia

Jorge Volpi

Pese a su carácter de fantasía orientalista -cúmulo de las expectativas y los prejuicios decimonónicos inventariados por Edward Said-, la Aída de Giuseppe Verdi, estrenada en Alejandría en la Noche Buena de 1871, también puede ser leída como el enfrentamiento que prevalece en Egipto entre la casta militar y la eclesiástica. Cuando llegamos al último acto de la ópera, el general Radamès, héroe de la guerra contra los etíopes, ha sido condenado a morir en el los sótanos del Templo de Vulcano (!) tras haber caído en una trampa y revelado información confidencial por culpa de la desdichada Aída, quien en realidad es hija de Amonasro, rey de los etíopes. Y aunque Amneris, la mismísima hija del Faraón, implora clemencia, el sumo sacerdote Ramfis y sus seguidores no tienen misericordia frente al soldado.

            Cuando a partir del 25 de enero de 2011 miles de jóvenes comenzaron a congregarse en la rotonda de Tahrir exigiendo la dimisión de Hosni Mubarak, el sangriento rais a quien los occidentales jamás llamaron dictador, los medios se apresuraron a proclamar que la incipiente Primavera árabe al fin transformaría los regímenes autoritarios de la región en sociedades abiertas. Siguiendo el ejemplo de Túnez, los manifestantes no descansaron hasta que los militares encarcelaron a Mubarak -quien luego sería enjuiciado y sentenciado a cadena perpetua-, levantaron el estado de emergencia y prometieron elecciones libres.

            Los generales cumplieron su palabra y Mohamed Morsi, miembro de la poderosa cofradía de los Hermanos Musulmanes, se convirtió en su primer presidente democrático. Considerado un moderado dentro de la corriente islamista, éste no tardó en perder el favor popular al acentuar la influencia del Islam en la vida pública, al perseguir una ley que le conferiría poderes extraordinarios y, sobre todo, al enfrentarse al ejército que había permitido su ascenso. Su decisión de ordenar el retiro del mariscal Mohamed Tantawi, hombre fuerte de la anterior junta, quizás fue el auténtico disparador de su caída, por más que ésta parezca deberse a las protestas -centradas de nuevo en la rotonda de Tahrir- que se sucedieron a partir de junio.

            En teoría para responder a las "exigencias de la calle", el nuevo jefe de las fuerzas armadas, Abdul Fatah al-Sisi, emitió un ultimátum -más bien una amenaza- a Morsi para que construyera un gobierno de unidad nacional. Éste respondió con un nuevo desafío, alegando la legitimidad de las votaciones que lo habían ungido en su cargo. Al cumplirse el término de 48 horas, el ejército decidió recuperar el control del gobierno y detuvo a Morsi, quien hasta la fecha permanece bajo su custodia. A los pocos días la situación se había vuelto incontrolable, con miles de jóvenes laicos celebrando el golpe, a la vez que los Hermanos Musulmanes y otras organizaciones islamistas eran perseguidas. Para justificar sus acciones, tanto unos como otros no se han cansado de invocar la misma excusa: los Hermanos Musulmanes y Morsi mantienen que fueron elegidos democráticamente -la permanente exigencia de Occidente-, mientras el ejército y los manifestantes de Tahrir justifican el golpe por la necesidad democrática de corregir los desvíos autoritarios del presidente.

            Egipto es el principal aliado de Estados Unidos en el mundo árabe debido a la paz con Israel conseguida gracias a los millones de dólares que la mayor potencia global le entrega, más que a su gobierno, a su cúpula militar (incluso en estos días no ha suspendido la entrega de equipo bélico). Valiéndose de su habitual doble discurso -poco importa que Obama sea el presidente-, Estados Unidos ni siquiera ha querido llamar "golpe de estado" a lo ocurrido y se ha limitado a expresar su preocupación por la violencia. Lo cierto es que, cuando las elecciones llevan al poder a líderes contrarios a los intereses de Occidente -en una línea que va de Hamás en Gaza al de los Hermanos Musulmanes en Egipto-, la democracia no resulta tan importante y de inmediato se encuentran subterfugios para acotarla. Si bien en el gobierno de transición hay figuras prestigiosas, quien manda es el ejército, que no ha se ha detenido a la hora de limitar la libertad de expresión o reprimir a sus enemigos eclesiásticos. Aun si otra vez cumplen su palabra y convocan nuevas elecciones, en el mejor de los casos nos encontraríamos frente a una "democracia de los generales" semejante a la de Turquía en el pasado. Es decir, una falsa democracia.

            La mayor enseñanza de los triunfos y fracasos de la mal llamada Primavera árabe es que, si no se construyen auténticas instituciones democráticas, con pesos y contrapesos específicos y límites precisos a los estamentos eclesiásticos y militares -las dos lacras que siempre han acompañado a la humanidad-, las perspectivas de un auténtico progreso en la región se verán constantemente defraudadas. Por ahora los herederos de Radamès han conseguido vengarse de los seguidores de Ramfis, pero esta óperaa aún no concluye.

 

Twitter: @jvolpi

[ADELANTO EN PDF]

profile avatar

Jorge Volpi

Jorge Volpi (México, 1968) es autor de las novelas La paz de los sepulcrosEl temperamento melancólicoEl jardín devastadoOscuro bosque oscuro, y Memorial del engaño; así como de la «Trilogía del siglo XX», formada por En busca de Klingsor (Premio Biblioteca Breve y Deux-Océans-Grinzane Cavour), El fin de la locura y No será la Tierra, y de las novelas breves reunidas bajo el título de Días de ira. Tres narraciones en tierra de nadie. También ha escrito los ensayos La imaginación y el poder. Una historia intelectual de 1968La guerra y las palabras. Una historia intelectual de 1994 y Leer la mente. El cerebro y el arte de la ficción. Con Mentiras contagiosas obtuvo el Premio Mazatlán de Literatura 2008 al mejor libro del año. En 2009 le fueron concedidos el II Premio de Ensayo Debate-Casamérica por su libro El insomnio de Bolívar. Consideraciones intempestivas sobre América Latina a principios del siglo XXI, y el Premio Iberoamericano José Donoso, de Chile, por el conjunto de su obra. Y en enero de 2018 fue galardonado con el XXI Premio Alfaguara de novela por Una novela criminal. Ha sido becario de la Fundación J. S. Guggenheim, fue nombrado Caballero de la Orden de Artes y Letras de Francia y en 2011 recibió la Orden de Isabel la Católica en grado de Cruz Oficial. Sus libros han sido traducidos a más de veinticinco lenguas. Sus últimas obras, publicadas en 2017, son Examen de mi padre, Contra Trump y en 2022 Partes de guerra.

Obras asociadas
Close Menu
El Boomeran(g)
Resumen de privacidad

Esta web utiliza cookies para que podamos ofrecerte la mejor experiencia de usuario posible. La información de las cookies se almacena en tu navegador y realiza funciones tales como reconocerte cuando vuelves a nuestra web o ayudar a nuestro equipo a comprender qué secciones de la web encuentras más interesantes y útiles.