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De elecciones a elecciones

Por 21 de abril de 2013 Sin comentarios

Eder. Óleo de Irene Gracia

Jorge Volpi

La jornada electoral se inicia con el ominoso presagio de las últimas encuestas, que pronostican un cerrado empate técnico. El nerviosismo invade a los candidatos -y a sus fervientes seguidores- conforme las votaciones se acercan a su conclusión. A las pocas horas de cerradas las casillas resulta evidente que el margen entre los dos punteros es muy pequeño: lo peor que puede ocurrirle a una sociedad devorada desde el inicio del proceso por una creciente crispación. Una y otra vez, el candidato opositor ha denunciado la inequidad de la contienda, la grosera intervención del aparato del Estado a favor de su rival y los infinitos recursos que han beneficiado su proyecto.

            Tras largas horas de expectación, por fin el órgano electoral -igualmente cuestionado por su servilismo con el régimen- anuncia la "tendencia irreversible" que señala la victoria del candidato oficial. Convencido de que se ha operado un siniestro fraude, el líder opositor se niega a reconocer los resultados y convoca una serie de protestas que se tornan cada vez más airadas y ruidosas. El virtual triunfador acusa a su oponente de incitar a la confrontación social y de despreciar el estado de derecho. Éste, por su parte, anuncia el redoblamiento de las manifestaciones para exigir la apertura de todos los paquetes electorales ("voto por voto,").

            Hasta aquí, ¿hablamos de la Venezuela del 2013 o del México del 2006? ¿El candidato oficial es Nicolás Maduro o Felipe Calderón? ¿Y el opositor que se niega a reconocerlo es Henrique Capriles o Andrés Manuel López Obrador? A primera vista los relatos apenas se distinguen, de no ser porque la diferencia entre los políticos mexicanos fue de 0.58% frente al 1.77% de los venezolanos: un margen en cualquier caso demasiado estrecho como para que no se generasen dudas sobre el proceso.

            Lo más llamativo de estas elecciones ha sido constatar la reacción de buena parte de nuestros analistas y políticos en uno y otro caso. Mientras aquellos que se consideran liberales, demócratas o simplemente de derechas no vacilaron en condenar la actitud de López Obrador, acusándolo de ser un populista mesiánico incapaz de respetar las instituciones y el marco legal, en cambio no han dudado en secundar la posición de Capriles, convertido a sus ojos en un héroe de la libertad y en un hombre responsable que ya no podía tolerar la desfachatez de su enemigo. De otro lado del espectro, quienes se presentan como antiimperialistas, globalifóbicos o simplemente de izquierdas, no dudaron en tachar a Calderón de espurio y secundaron las acciones de resistencia civil del PRD y sus aliados, mientras Capriles les parece una figura despreciable al servicio de Estados Unidos y los grandes capitales.

            En pocas ocasiones ha quedado más patente la incoherencia demostrada por los dos bandos, incapaces de percibir que su sesgo ideológico les impide reconocer los innegables paralelismos entre ambas situaciones. Ello no quiere decir, por supuesto, que no se impongan algunos matices necesarios. Aunque en los dos lugares el Estado actuó de manera obvia -e ilegal- a favor de candidato oficialista, los años de gobierno de Hugo Chávez erosionaron de manera mucho más profunda la democracia venezolana que el régimen de Vicente Fox, nacido justo como una alternativa al autoritarismo previo. Pero en cualquier caso el primer presidente del PAN no dudó en usar toda su influencia para acabar con López Obrador, a quien consideraba una especie de enemigo personal, mientras que el influjo de Chávez se llevó a cabo desde ese mundo ultraterreno en que le susurraba consejos a Maduro. Hoy, Maduro no ha dudado en amenazar a Capriles con acciones legales en su contra, mientras que ayer Fox quiso torcer la ley para apartar a López Obrador de la contienda mediante un polémico intento de desafuero.

Éste, por su parte, tuvo el descaro de aparecer en todas las televisiones mientras aún no cerraban las casillas, pero del otro lado no hay que olvidar la campaña pagada por distintos empresarios que, con el fin de desprestigiarlo, buscaban asociar a López Obrador ni más ni menos que con Chávez. Otra diferencia en otro escenario paralelo: en las elecciones anteriores, Capriles se apresuró a reconocer el triunfo del Comandante pese a la inequidad de la contienda, consciente de que la distancia que lo separaba de éste era demasiado grande. En una situación similar, en las elecciones de 2012, López Obrador en cambio se negó a reconocer la victoria de Enrique Peña Nieto pese a los millones de votos obtenidos por éste.

            Como fuere, más que para determinar el papel histórico de estos personajes, las similitudes y diferencias entre las experiencias mexicanas y venezolanas deberían servirnos como un llamado de atención a quienes solemos juzgar a los demás, amparados en la inquebrantable fe en nuestras convicciones, sin darnos cuenta de la verdadera dimensión de nuestros prejuicios.

 

Twitter: @jvolpi

 

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Jorge Volpi

Jorge Volpi (México, 1968) es autor de las novelas La paz de los sepulcrosEl temperamento melancólicoEl jardín devastadoOscuro bosque oscuro, y Memorial del engaño; así como de la «Trilogía del siglo XX», formada por En busca de Klingsor (Premio Biblioteca Breve y Deux-Océans-Grinzane Cavour), El fin de la locura y No será la Tierra, y de las novelas breves reunidas bajo el título de Días de ira. Tres narraciones en tierra de nadie. También ha escrito los ensayos La imaginación y el poder. Una historia intelectual de 1968La guerra y las palabras. Una historia intelectual de 1994 y Leer la mente. El cerebro y el arte de la ficción. Con Mentiras contagiosas obtuvo el Premio Mazatlán de Literatura 2008 al mejor libro del año. En 2009 le fueron concedidos el II Premio de Ensayo Debate-Casamérica por su libro El insomnio de Bolívar. Consideraciones intempestivas sobre América Latina a principios del siglo XXI, y el Premio Iberoamericano José Donoso, de Chile, por el conjunto de su obra. Y en enero de 2018 fue galardonado con el XXI Premio Alfaguara de novela por Una novela criminal. Ha sido becario de la Fundación J. S. Guggenheim, fue nombrado Caballero de la Orden de Artes y Letras de Francia y en 2011 recibió la Orden de Isabel la Católica en grado de Cruz Oficial. Sus libros han sido traducidos a más de veinticinco lenguas. Sus últimas obras, publicadas en 2017, son Examen de mi padre, Contra Trump y en 2022 Partes de guerra.

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