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Últimas tardes con Barthes (1)

Por 15 de junio de 2023 Sin comentarios

Jesús Ferrero

Roland Barthes abordó muchas veces el tema del deseo y su relación con el placer. Dejó en sus alumnos la herencia de una cierta tradición hedonista y la idea de ensanchar los dominios del placer: el placer del cuerpo, el placer del texto, en placer de pasear o de tomar un café, el placer de conversar, el placer de enseñar, el placer de aprender. La cultura era para él una amplia y paradójica dimensión del placer. Dicho de otra manera: Barthes identificaba el sabor con el saber, por eso su estilo era tan seductor y tan sensorial.

Se notaba que sus cursos en el Colegio de Francia eran para él un placer, y daba sus clases magistrales fumando un habano de la mejor factura. Notabas que se deleitaba con las palabras, que se dejaba envolver por el ritmo oscilante y mareante del francés y del humo que surgía de su veguero. Sus clases tenían algo de interpretación musical, como un concierto de violoncelo al que asistieran, en calidad de espectros, Marcel Proust y Marlene Dietrich junto a muchos alegres muchachos y muchachas. Su cabeza era el atanor donde se llevaba a cabo una alquimia muy notable. El saber llegaba a ti convertido en sabor sin por eso perder ni rigor conceptual ni tensión reflexiva.

Su lengua tenía un ritmo, un tempo, un diapasón que no se advertía en pensadores más profundos que él y seguramente más definitivos. Uno de sus biógrafos, al que recuerdo sentado junto a mi en uno de los cursos, aseguraba hace tiempo que Barthes no tenía pensamiento propio y que todo cuanto decía procedía de otros. Un error. Hay conceptos que en la obra de Barthes cobran un valor especial, que difiere del que le dan sus contemporáneos. Barthes es el pensador del deseo; le da al deseo un valor absoluto, por encima del valor que le daban los estructuralistas y los que vinieron después. Percibimos que cuando en su obra aparece el concepto deseo, tiene un brillo especial, un brillo positivo y muy alejado de la idea lacaniana del que el deseo busca siempre la muerte. El deseo, para Barthes, buscaba la materialización del placer, y esa materialización había que llevarla a cabo a diario, para que ni un solo día de la vida estuviese exento de placer. Parecía el punto de vista de un pagano de la antigüedad: vayamos a lo práctico, vayamos a lo material y lo carnal, vayamos a lo inmediatamente placentero, y después soñemos. En los círculos de iniciados que estaban cerca del maestro, o que sencillamente revoloteaban en torno a él, se decía que Barthes fornicaba cada día con un muchacho distinto. Buscaba, más que Derrida, la différance. La buscaba en las calles al amparo de la noche recién nacida, y cuando llegaba ese momento, daba igual lo que estuviese haciendo, leyendo, escribiendo, cenando con amigos, daba igual porque se dejaba arrastrar por el apetito carnal y buscaba la concreción del placer en unos ojos negros aguardando en una esquina de un oscuro bulevar. Todas las noches buscaba el vértigo pero, ¿qué era el vértigo para Barthes? No la hermosura de los cuerpos, no la posesión, ni la penetración, ni el grito, era más bien mostrar la fragilidad y la carencia cuando se acercaba a un hermoso muchacho: era experimentar la desprotección y el extravío. Barthes creía que hasta en los encuentros más banales ponemos un pie en el abismo, y habló más de una vez de ello en los días que sucedieron a la muerte de Pasolini. Esa desprotección se tornaba aún más aguda cuando descendía a los cuartos negros, como confiesa en su texto póstumo Las noches de París.

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Jesús Ferrero

Jesús Ferrero nació en 1952 y se licenció en Historia por la Escuela de Estudios Superiores de París. Ha escrito novelas como Bélver Yin (Premio Ciudad de Barcelona), Opium, El efecto Doppler (Premio Internacional de Novela), El último banquete (Premio Azorín), Las trece rosas, Ángeles del abismo, El beso de la sirena negra, La noche se llama Olalla, El hijo de Brian Jones (Premio Fernando Quiñones), Doctor Zibelius (Premio Ciudad de Logroño), Nieve y neón, Radical blonde (Premio Juan March de no novela corta), y Las abismales (Premio café Gijón). También es el autor de los poemarios Río Amarillo y Las noches rojas (Premio Internacional de Poesía Barcarola), y de los ensayos Las experiencias del deseo. Eros y misos (Premio Anagrama) y La posesión de la vida, de reciente aparición. Es asimismo guionista de cine en español y en francés, y firmó con Pedro Almodóvar el guión de Matador. Colabora habitualmente en el periódico El País, en Claves de Razón Práctica y en National Geographic. Su obra ha sido traducida a quince idiomas, incluido el chino.

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