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Lugares malditos

Por 12 de enero de 2023 Sin comentarios

Ilustración Irene Gracia

Jesús Ferrero

Para Caín toda la tierra pasó a ser en un lugar maldito tras haber matado a su hermano Abel. El mito bíblico amplifica el sentido de ese primer fratricidio, extendiendo su eco por las vastas extensiones del espacio y el tiempo. En una de sus exageraciones de inspiración oriental, Borges dice que una sola infamia podría contaminar todo el universo y llenarlo de maldad. Siguiendo ese sistema de valoración negativa, solemos considerar lugares malditos a los sitios donde el mal se hizo presente de una manera tan escalofriante como inusual. Y es evidente que el mal más definitivo tiende a ser la muerte, si bien los nazis tenían por costumbre aterrorizar a sus víctimas diciéndoles que había cosas peores que el fallecimiento.

El aventurero francés Olivier Le Carrera publicó hace años un atlas de los lugares malditos que podría resultar retórico si pensamos que la retórica es insistir en lo evidente o en lo ya sabido. Habla, cómo no, del triángulo de las Bermudas, y de los muchos barcos y aviones que se han perdido en su seno. Habla también de la franja de Gaza, donde ya en la antigüedad quedaron tantos cadáveres de egipcios, babilónicos, griegos; y habla así mismo de Poveglia, la isla veneciana de los leprosos y los muertos, y del bosque japonés de los suicidas.

También hace referencia Le Carrera a un lugar español, que cuando leí su libro creí que era solo maldito en su cabeza: Cumbre Vieja, el volcán de la isla canaria de La Palma que según los autores que consultó Le Carrera será el epicentro de un nuevo apocalipsis. Llevado por mi ignorancia, creía que a cualquiera le era dado conocer lugares más señalados por el mal que Cumbre Vieja. En Madrid, sin ir más lejos, el lugar maldito por excelencia es el viaducto, al que le tuvieron que poner mamparas de cristal para disuadir a los suicidas. Ya en Luces de Bohemia de Valle-Inclán se habla del viaducto como del lugar preferido por los madrileños que quieren poner fin a su vida. Cuando era profesor de la Escuela de Letras pasaba a menudo por el viaducto, años antes de que rodearan su calzada de cristal, y siempre que lo hacía creía sentir en el aire que lo barría una extraña vibración vinculada a la muerte.

El mito del lugar maldito es tan antiguo como el hombre, y fue muy utilizado por la mitología judía. También encontramos en la literatura griega lugares malditos. La misma Troya se convirtió en un lugar maldito para muchos troyanos y muchos aqueos. En nuestro país abundan los lugares malditos vinculados a la guerra: el más antiguo Numancia, y el más moderno Belchite.

Stephen King hace uso y abuso de los lugares malditos en sus novelas, pero también lo hacen novelistas mucho más cultos y exclusivos, como por ejemplo Benet, que convierte su Región en un lugar maldito, abandonado a la ruina e impregnado de dolor arcaico, donde la muerte y el olvido se alzan como poderes muy superiores a la vida.

Y ahora urge hacerse una pregunta: ¿cuáles pueden ser los lugares más malditos de la edad moderna? Bastaría con echar la vista atrás para contestar que los lugares más malditos de nuestra época son los territorios donde se ubicaron los campos de exterminio. Todo nos indica que nunca el reino del mal fue tan insistente y radical como en esos lugares. A menudo he intentado buscar en la historia hechos similares al holocausto. 

Auschwitz es sin duda el sitio más maldito de Europa, y continuará siéndolo por mucho tiempo. Siguiendo con los lugares vinculados a la Segunda Guerra Mundial, en Rusia hay una región especialmente maldita; me refiero a Nóvgorod, en el Valle de la Muerte. Allí se encuentra el bosque Miasnói, donde murieron muchos soldados rusos. Quienes lo han explorado aseguran que lo que más asombra en el tupido y siniestro bosque de Miasnói es su silencio. Una mujer perteneciente al grupo que aún anda buscando restos humanos entre la maleza dice que allí no cantan los pájaros. Al parecer no es el único bosque de Europa donde el silencio de las aves se convierte en la imagen más aplastante del silencio de la muerte.

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Jesús Ferrero

Jesús Ferrero nació en 1952 y se licenció en Historia por la Escuela de Estudios Superiores de París. Ha escrito novelas como Bélver Yin (Premio Ciudad de Barcelona), Opium, El efecto Doppler (Premio Internacional de Novela), El último banquete (Premio Azorín), Las trece rosas, Ángeles del abismo, El beso de la sirena negra, La noche se llama Olalla, El hijo de Brian Jones (Premio Fernando Quiñones), Doctor Zibelius (Premio Ciudad de Logroño), Nieve y neón, Radical blonde (Premio Juan March de no novela corta), y Las abismales (Premio café Gijón). También es el autor de los poemarios Río Amarillo y Las noches rojas (Premio Internacional de Poesía Barcarola), y de los ensayos Las experiencias del deseo. Eros y misos (Premio Anagrama) y La posesión de la vida, de reciente aparición. Es asimismo guionista de cine en español y en francés, y firmó con Pedro Almodóvar el guión de Matador. Colabora habitualmente en el periódico El País, en Claves de Razón Práctica y en National Geographic. Su obra ha sido traducida a quince idiomas, incluido el chino.

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