Jesús Ferrero
¿Se puede medir el ser que nos quitan cuando nos despojan de la vida en plena infancia? ¿Se puede medir esa enormidad? ¿Se puede medir lo que les han quitado a las hermanas Zimmermann?
Las tragedias griegas están siempre vertebradas por deseos de dominación. En la mitología griega más arcaica, no es raro ver padres devoradores de hijos, como refiere Hesíodo en su recorrido por los dioses primordiales. Y en esa mitología siguen los que matan a sus hijos. Están enfermos de atavismo en plena era electrónica, pero no están fuera de la historia y se dejan ver periódicamente. Se trata siempre de individuos que se resisten a dejar atrás siglos y siglos de prerrogativas favorecidas por los códigos más lamentables de la cultura. El cambio no cabe en sus cabezas, enferman de ira y blanden el hacha de sílex. No les va a costar buscar chivos expiatorios, los tienen muy cerca, son carne de su carne.
La idea que ha tenido Beatriz Zimmermann de poner a sus hijas su apellido tiene una gran importancia simbólica. A través de la supresión del apellido del asesino, sus hijas han vuelto a ella y ahora tienen el único apellido que les corresponde: el de la mujer que les dio la vida.
Se cierra el círculo simbólico. Las hermanas Zimmermann regresan al lugar del que partieron.