Skip to main content
Blogs de autor

Nuestro pan de cada día

Eder. Óleo de Irene Gracia

Javier Fernández de Castro

El antropólogo Claude Lévi-Strauss aseguraba en Tristes trópicos que "el mundo empezó sin el hombre y puede terminar sin él". Más centrado en lo suyo, Predrag Matvejevic aventura una predicción de menos alcance pero igual de inquietante: "La humanidad nació sin el pan y puede quedarse sin él".
Quien lea este libro sabrá que cualquier alusión a la palabra "pan" va mucho más allá de un simple pedazo de masa de cereal horneado con o sin levadura, pues como dice el propio Matvejevic, "Los caminos del pan han transcurrido por el espacio y el tiempo, por la memoria y el olvido. Es difícil constatar dónde empiezan y dónde acaban. Casi siempre ha ido de oriente a occidente, siguiendo el sol. [Pero]…el pan no aguanta viajes largos, se endurece, envejece, se pudre. En realidad viajan las semillas, las experiencias, la necesidad". Y, como no podía ser menos, en la necesidad está la clave del libro entero. Parafraseando a Lutero, dice Matvejevic: "Cuando pides "tu pan de cada día" estás pidiendo cuanto sea necesario para tener y disfrutar del pan de cada día, y por otro lado [te estás manifestando] contra todo aquello que interfiera con ese disfrute". Todo un programa político de alcance aún más perfilado por el anarquista Piotr Kropotkin, conocido como el "príncipe negro", cuando sostiene en La conquista del pan que en la lucha por conseguir el alimento la "necesidad" debe prevalecer sobre el "deber".
O sea que, como se ve, sin apenas haber entrado a hablar en serio sobre el pan, ya se han planteado cuestiones históricas, sociológicas, políticas, geográficas, éticas y religiosas, ello por hablar del puro y simple placer que el hombre ha encontrado en él desde antes incluso de haber entrado en la historia.
Según cuenta el autor, su infancia estuvo marcada por su propia hambre (nació en Mostar (Bosnia) en 1932 y por lo tanto le pillaron de lleno las terribles consecuencias de la II Guerra Mundial en los Balcanes), pero también una infancia marcada por el hambre experimentada por sus familiares más directos, unos refugiados que años después de huir a Yugoeslavia desde Rusia fueron capturados por los invasores alemanes y enviados a campos de concentración. Su propia relación con el pan (o con la ausencia de él) y los relatos de quienes regresaron de los campos de exterminio como muertos en vida o la memoria de quienes perecieron en ellos le animaron a escribir una historia del pan que por unas causas u otras se fue posponiendo, aunque en ningún momento dejó de acumular datos que ahora están a disposición del lector de este libro de difícil catalogación, pero escrito con la pasión y la curiosidad que el pan exige.
Porque pasan cosas harto curiosas con el pan. A todos nos fue enseñado de niños que si caía al suelo un pedazo de pan no sólo había que recogerlo sino que era preciso besarlo para devolverle su dignidad. Y resulta que recibió idéntica enseñanza un niño bosnio croata criado en el seno de una familia de refugiados rusos, circunstancia que se pone de manifiesto al hablar de esa misma costumbre en Oriente Próximo, la antigua Grecia y otros lugares de tradiciones igual de dispares. Otra afirmación curiosa: cuanto más se asemeja un idioma al nuestro, más cercana resulta su relación con el pan, aunque la cuestión lingüística ofrece infinitas posibilidades que Matvejevic  explora en todas las direcciones posibles, quizá incluso en exceso para el lector no especializado.
Pero es un apasionamiento que se entiende porque la imbricación en el habla cotidiana, desde tiempos inmemoriales y en todas las lenguas del mundo resulta fascinante. Cuando Adán es expulsado del paraíso queda condenado a ganarse el pan con el sudor de su frente, y se dice así porque en todo el mundo el pan es el símbolo del sustento para la vida. Es asimismo fascinante la relación del pan con el cuerpo, empezando por el "Yo soy el pan de la vida", de Jesucristo, que luego mantendrá una relación constante con ese pan que vuelve a jugar un papel primordial durante su última cena en este mundo. 
Nuestro pan de cada día es un libro intenso, casi podría decirse que la obra de toda una vida, y aunque apenas llega a las doscientas páginas hay momentos de gran densidad que se ven compensados de largo por la ya mencionada pasión puesta en su escritura, unida a una inmensa y asombrosamente variada cantidad de información. Y quien no aprenda a odiar el pan congelado y recién horneado que venden ahora en las gasolineras y los supermercados no habrá entendido la irreparable pérdida de civilización que están provocando esos miserables remedos del honrado panadero de toda la vida.

Nuestro pan de cada día
Predrag Matvejevic
Traducción de Luisa Fernanda Garrido
Y Tihomir Pistelek
Acantilado

[ADELANTO EN PDF]

profile avatar

Javier Fernández de Castro

Javier Fernández de Castro (Aranda de Duero, Burgos, 1942- Fontrubí, Barcelona, 2020) ejerció entre otros los oficios de corresponsal de prensa (Londres) y profesor universitario (San Sebastián), aunque mayoritariamente su actividad laboral estuvo vinculada al mundo editorial.  En paralelo a sus trabajos para unos y otros, se dedicó asiduamente a la escritura, contando en su haber con una decena de libros, en especial novelas.

Entre sus novelas se podrían destacar Laberinto de fango (1981), La novia del capitán (1986), La guerra de los trofeos (1986), Tiempo de Beleño ( 1995) y La tierra prometida (Premio Ciudad de Barcelona 1999). En el año 2000 publicó El cuento de la mucha muerte, rebautizado como Crónica por el editor, y que es la continuación de La tierra prometida. En 2008 apareció en Editorial  Bruguera,  Tres cuentos de otoño, su primera pero no última incursión en el relato corto. Póstumamente se ha publicado Una casa en el desierto (Alfaguara 2021).

Obras asociadas
Close Menu