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'Locus amoenus'. Antología de la lírica medieval de la Península Ibérica

Eder. Óleo de Irene Gracia

Javier Fernández de Castro

La lírica es una forma de expresión que continúa dando muestras de una espléndida vitalidad. Una de las muchas pruebas de ello es el hecho de que durante estos últimos meses hayan coincidido en las librerías españolas tres muestras de tan hondo calado como pueden ser el volumen dedicado a los Manrique (Fundación Castro), los 1.000 Años de poesía europea (edición de Francisco Rico para Backlist) o este Locus Amoenus que ofrecen ahora Carlos Alvar y Jenaro Talens en Galaxia Gütenberg. Tres verdaderas joyas y otros tantos motivos para felicitarnos de que, a día de hoy, haya gente contemporánea que sigue haciendo posible disfrutar del legado dejado por unos antepasados que en cierto modo también son nuestros contemporáneos. O al menos muy próximos y solidarios porque, novecientos años después, sus sentimientos siguen siendo los nuestros. Ellos ya pasaron por aquí y, lo dicen con su canción, también hay lugar para el gozo.

                Jenaro Talens, catedrático de Literatura Hispánica, traductor y poeta, y Carlos Alvar, Catedrático de Literatura Española medieval y del Renacimiento, y también traductor, ofrecen una copiosa antología de la lírica medieval producida en España entre la desaparición del Imperio Romano y la eclosión del Renacimiento. Todo un viaje que empieza con la poesía amorosa latina conservada en el Cancionero de Ripoll y que luego sigue con muestras de la poesía árabe, poseedora ésta de una imaginería límpida y certera pero del todo ajena a la tradición grecolatina: "¡De cuántas casas fui la lluvia durante la sequía!", exclama el guerrero malherido y cuyo único consuelo frente a la muerte que está arrancándole el alma es que dentro de ésta siente "un amor que hace más llevadero verse privado de la vida". Es decir, lo mismo solo que dicho de forma diferente. El paso sucesivo a la poseía hebrea, mozárabe, provenzal, galaico-portuguesa, catalana y castellana (que constituye el grueso de la antología, aparte del hecho de que todas las demás lenguas han sido traducidas al castellano) constituye un fascinante recorrido por la otredad y permite hacerse una idea muy exacta de lo que debía ser la Península Ibérica antes de que se impusiera el invento de esa entelequia escondida tras el término España. 

                La imagen de variedad y riqueza que transmite este Locus Amoenus es tanto más meritoria cuanto que al hablar de esas ocho lenguas localizadas en un espacio común, y en algunos casos contemporáneamente, suele utilizarse la palabra "coexistencia", la cual, a su vez, sugiere la idea de "pacífica". Coexistencia pacífica. Pero nada más lejos de la realidad. No es preciso evocar aquí el largo y sangriento contencioso entre moros y cristianos. Ni la proverbial tendencia de los hebreos a entrar en conflicto con los pueblos que los acogen en su diáspora, o el interminable rosario de alianzas y traiciones que se desgrana de la historia de las naciones.  Pero curiosamente, incluso en una situación de conflicto y cohabitación forzada o contra natura, el ser humano ha dado muestras sobradas de su capacidad de superación y su espíritu creativo, y ahí están aquellos catalanes haciendo uso de la lengua de oc, de los castellanos rimando en gallego, los portugueses expresándose en castellano, o, escándalo de los escándalos, un hebreo educado por los árabes (Moshé ibn Ezrá) que escribía poesía en hebreo pero utilizando la métrica y la imaginería habitual árabes. Aunque no es menos escandaloso  el ejemplo de aquellos grandes señores castellanos que al empuñar la pluma desdeñaban la lengua que hizo grandes a Ovidio o Cicerón en favor del habla tosca y rudimentaria que usaban sus vasallos y sus soldados.  Obviamente, quienes así obraban no sólo no pusieron en peligro la conservación de la tradición de Occidente sino que sentaron las bases para que, no mucho después, gente como Cervantes o Santa Teresa pudiesen decir lo que tenían que decir.

                Como señalan los propios autores en el prólogo "toda aproximación a la poesía hispánica medieval debe asumir que las varias e irreductibles líneas de fuerza que la atraviesan no pueden ser integradas en un universo unitario y todo intento de articular lo diferente como variante de una cierta multiplicidad de lo mismo no hace sino perpetuar una prioridad jerárquica, que, no por casualidad, corresponde a quien está en uso de la palabra". Por si alguien la necesitaba, este libro es una prueba más de que el Espíritu tiene sus propias vías de expresión y que tratar de confinarlo a una sola lengua es inútil, con la particularidad de que si esto que digo es cierto seguirá siéndolo si en lugar del castellano recurro al euskera, al gallego, al catalán o al bable.

 

Locus amoenus
Antología de la lírica medieval
de la Península Ibérica
Edición bilingüe de Carlos Alvar y Jenaro Talens.
Galaxia Gütenberg

 

 

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Javier Fernández de Castro

Javier Fernández de Castro (Aranda de Duero, Burgos, 1942- Fontrubí, Barcelona, 2020) ejerció entre otros los oficios de corresponsal de prensa (Londres) y profesor universitario (San Sebastián), aunque mayoritariamente su actividad laboral estuvo vinculada al mundo editorial.  En paralelo a sus trabajos para unos y otros, se dedicó asiduamente a la escritura, contando en su haber con una decena de libros, en especial novelas.

Entre sus novelas se podrían destacar Laberinto de fango (1981), La novia del capitán (1986), La guerra de los trofeos (1986), Tiempo de Beleño ( 1995) y La tierra prometida (Premio Ciudad de Barcelona 1999). En el año 2000 publicó El cuento de la mucha muerte, rebautizado como Crónica por el editor, y que es la continuación de La tierra prometida. En 2008 apareció en Editorial  Bruguera,  Tres cuentos de otoño, su primera pero no última incursión en el relato corto. Póstumamente se ha publicado Una casa en el desierto (Alfaguara 2021).

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