Javier Fernández de Castro
El 9 de octubre de 1963 una ladera del monte Toc ( que en el dialecto local significa “podrido”) se derrumbó sobre el embalse de Vajont, en plenos Dolomitas de Friuli. Al caer de golpe sobre el agua embalsada los 300 millones de metros cúbicos de piedra provocaron una oleada gigantesca que saltando por encima de la presa se precipitó valle abajo arrasando todo cuanto encontró a paso. Además de Erto y Casso, las dos poblaciones situadas al pie de la presa, el agua se llevó consigo las localidades de Spesse, Pineda, Lirón, Marzana, Prada y San Marino. La mitad de los cuatro mil habitantes que entonces tenía Erto desaparecieron aquella trágica noche. La otra mitad emigró en busca de una nueva vida salvo por trescientos irredentos que optaron por quedarse y aferrarse a los usos tradicionales y los viejos modos de vida ertanos.
Mauro Corona es hoy, con mucho, su habitante más famoso. No nació en Erto, pues sus padres eran vendedores ambulantes y su madre le dio a luz en un carromato cerca de Trento. Pero desde niño, y hasta la edad de trece años, todo su aprendizaje vital tuvo lugar en esa desgraciada localidad destinada a sufrir una amputación brutal. Ya de mayor, y tras muchos años de vagabundear y ejercer diversos oficios, Mauro Corona regresó a Erto y se ganó la vida como tallista de madera hasta que un día acertaron a pasar por allí el escritor Claudio Magris y su esposa, hoy fallecida, Marisa Madieri. A ésta, más que su habilidad con el formón, lo que de verdad le sedujo fueron los relatos del escultor. Gracias a su insistencia y patrocinio, Mauro Corona es hoy autor de dieciocho libros que han vendido 2,4 millones de ejemplares, sólo en Italia.
Fantasmas de piedra es un recorrido por las calles del Erto actual contemplado desde la perspectiva de las cuatro estaciones del año, que en el relato se suceden como las de un vía crucis revivido por el autor con tacto piadoso y un extraordinario poder de evocación. El recorrido se inicia en la calle más cercana al cauce del río Vail, en la parte baja del pueblo. Y entre que ha elegido la estación más desolada del año y que esa zona quedó prácticamente arrasada por el agua, el ascenso es angustioso. Sin embargo, ya digo que Mauro Corona posee un extraordinario don para evocar y le bastan cuatro muros que milagrosamente todavía se mantienen en pie, o una verja oxidada,o una puerta arrancada de cuajo, para reconstruir la familia que ocupaba entonces esa casa.
A su don para la evocación, Mauro Corona une una asombrosa precisión y elegancia para la descripción, ya sea de paisajes, gentes, oficios o costumbres, algunas decididamente abominables (y me refiero por ejemplo al salvaje que, a cambio de unos céntimos, animaba a los hermanos Corona a arrasar nidos y traerle unos pollos que el inductor de la salvajada echaba enteros a la sartén después de haber tenido la precaución de aplastarles el cerebro apretando con el índice y el pulgar. Quizás para tranquilidad del lector, el autor aclara que de pequeño aún hizo cosas peores…). Los herreros de antaño, los molinos movidos por el agua del río, el panadero que cada mañana regalaba a los hermanos Corona (“huérfanos de padres huidos”) un bollo de pan cuando iban camino de la escuela; el maestro local, las tabernas de entonces, el penoso abonado de los campos a base de estiércol que las mujeres subían hasta los campos en serones cargados a la espalda. Nada escapa a la mirada de un narrador al que todo interesa, razón por la cual, por ejemplo, el lector cierra el libro con una información detallada acerca de la época en que debe cortarse la leña para el fuego, qué orientación debe dársele para que madure en el bosque o cuál es la madera adecuada para cada uso, pero también información acerca de las herramientas de los diferentes orfebres o la información acerca de los hechos de la vida que con su conducta los adultos transmitían a los jóvenes. Es uno de esos libros que, pese a su aparente sencillez, obligan al lector a sopesar con preocupación cómo van pasando las páginas, pues ello implica que cada vez falta menos para que se acaben. Sería de agradecer que los editores españoles se decidiesen a editar otras obras de este curioso personaje que aparte de escribir y esculpir, todavía encuentra tiempo para escalar montañas, y varias vías de acceso a las cumbres de los Dolomitas y del parque de Yellowstone llevan su nombre.
Fantasmas de piedra
Mauro Corona
Altaïr