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Críticas a "La civilización del espectáculo"

Por 30 de abril de 2012 Sin comentarios

Eder. Óleo de Irene Gracia

Iván Thays

Mario Vargas Llosa
El libro de Mario Vargas Llosa, La civilización del espectáculo, publicado por Alfagura, ha traído consigo una serie de polémicas y de críticas acerca de la diferencia que él hace entre “alta” y “baja” cultura. Dos textos recientes denostan contra el libro. En el diario El País aparece una reseña muy extensa de Jorge Volpi, titulada El último de los mohicanos, donde dice:

El de Vargas Llosa es un vehemente elogio de la aristocracia (en el mejor sentido del término). No deja de ser curioso que alguien que se define como liberal ?invocando una estirpe que va de Smith, Stuart Mill y Popper a Hayek y Friedman?, se muestre como adalid de una élite cultural que, en términos políticos, le resultaría inadmisible: un mandato de sabios, semejante al de La República, resulta más propio de un universo totalitario como el de Platón que del orbe de un demócrata. Por supuesto, Vargas Llosa no admite la paradoja: a sus ojos, su lucha contra al autoritarismo político ?de Castro a Chávez, pasando por Fujimori?, no invalida su defensa de la autoridad en términos culturales porque ésta se demuestra a través de las obras.
Reluce aquí la fuente de su malestar: si el respeto a la élite cultural se desvanece, los parámetros que permiten distinguir las obras buenas de las malas ?y a los autores que merecen autoridad de los estafadores? se resquebrajan. En un mundo así, ya no es posible confiar en nadie, ni siquiera en un Premio Nobel. Las masas ya no siguen a los sabios y, en vez de escuchar una ópera de Wagner o leer una novela de Faulkner, se lanzan a un concierto de Lady Gaga o devoran las páginas de Dan Brown. Para Vargas Llosa, no lo hacen porque les gusten esos bodrios, sino porque dejaron de hacer caso a los happy few que, a diferencia de ellos, poseían buen gusto. Vista así, la cultura ?esa cultura? desaparece. Y se impone el caos.
(…)
¿Qué es, entonces, lo que le perturba? En el fondo, sólo ha cambiado una cosa: antes, las masas trabajaban; ahora, trabajan y se entretienen. Pero al marxista que Vargas Llosa tiene arrinconado en su interior esto le resulta indigerible: al divertirse, sin abrevar en las aguas del espíritu, las masas están alienadas. En cambio, la pequeña burguesía ilustrada sigue allí, aunque ya no sea tan pequeña. De hecho, muchos de los lectores de Vargas Llosa provienen de sus miembros, aunque él también se haya convertido en parte de esa cultura popular que tanto fustiga ?y que vuelve sinónimo de ?incultura?.

Por otra parte, Gustavo Faverón en su blog escribe el post “No es el fin del mundo” donde expone punto por punto las críticas contra el libro de Vargas Llosa. Aquí algunos de los aspectos:

12. Por supuesto, la pregunta clave, sobre todo para un ensayo que parece básicamente historicista, como el de Vargas Llosa, y que se empeña en defender todavía la jerarquización tradicional de la alta cultura y la cultura popular, es la pregunta sobre la estabilidad de esa jerarquización. No es una pregunta nueva: es una de las preguntas más formuladas y más respondidas en la historia de las artes: cuando uno reconoce que el Quijote fue escrito durante un periodo histórico en que la novela como género era vista todavía como literatura de segunda clase, por debajo del drama y la poesía, que la novela no era otra cosa que una suerte de épica popular con pocas más aspiraciones que la del pasatiempo, la conclusión elemental que uno debe extraer de ese reconocimiento no es la romantización o la heroización de Cervantes como un autor “adelantado a su tiempo”, sino la seña de que es en la génesis de nuevos géneros artísticos donde esos géneros modifican su propio futuro, modificando la forma en que serán percibidos en el porvenir, y abriendo el terreno para su evolución. Los doscientos cincuenta años de reinado de la novela no nos deben hacer creer que la novela como género va a durar para siempre, y mucho menos deben hacernos pensar que su posible desaparición marque una decadencia cultural o artística: la novela será reemplazada por lo que tenga que venir luego, y no hay razones para pensar que esa cosa nueva que nos aguarda en el futuro sea una caída al abismo: en el arte los abismos no se encuentran caminando; se encuentran quedándose quieto, en la comodidad de las formas aceptadas. (Y que conste, como dije en los puntos 9 y 10, que no veo mayores motivos para suponer que la novela esté ahora mismo encontrando un final vergonzoso; más dañino que la espectacularización, para el futuro de la novela, es el libre mercado que Vargas Llosa defiende). 13. Cuando Vallejo publicó Trilce, en 1922, uno de los poquísimos críticos que lo saludó de inmediato y sin dudas como una genialidad fue Luis Alberto Sánchez. Cuando Luis Alberto Sánchez publicó a mediados de los setenta la edición revisada de su Historia de la literatura peruana, objetó que el talento de Vargas Llosa estuviera infectado por el virus de la literatura popular y por la enfermedad del lenguaje vulgar y la grosería. Me temo que Vargas Llosa, que por mucho tiempo ha estado en la primera línea de la literatura occidental, puede estar hoy mirando el panorama desde perspectivas obsoletas, malentendiendo los nuevos caminos de esa disolución entre “alta cultura” y arte popular que él mismo ayudó a construir con libros como La tía Julia y el escribidior, Pantaleón y las visitadoras e incluso La guerra del fin del mundo. La verdad es que no es el fin del mundo.

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Iván Thays

Iván Thays es escritor peruano (Lima, 1968) autor de las novelas "El viaje interior" y "La disciplina de la vanidad". Premio Principe Claus 2000. Dirigió el programa literario de TV Vano Oficio por 7 años. Ha sido elegido como uno de los esccritores latinoamericanos más importantes menores de 39 años por el Hay Festival, organizador del Bogotá39. Finalista del Premio Herralde del 2008 con la novela "Un lugar llamado Oreja de perro".

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