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Eder. Óleo de Irene Gracia

Javier Fernández de Castro

Junto con Warlock (1958) y  Malas tierras (1978), Apaches (1986) completa la  inmensa trilogía que Oakley Hall (1920-2006) dedicó al otrora llamado “salvaje oeste”. La acción transcurre en  la década de 1880 en Nuevo México y se reparte en tres grandes ejes: los indios, concretamente los apaches Sierra Verde, están en vísperas de su aniquilación, y antes que autodestruirse en inhóspitas reservas regentadas por los ojos pálidos (después de tantos años de “rostros pálidos” cuesta un poco acostumbrarse a esta nueva denominación) prefieren escaparse en dirección a Sierra Madre cometiendo salvajadas con las que vengar las sufridas por ellos. Ello da ocasión a la intervención de la Caballería, que es la segunda gran línea narrativa de la novela, con el teniente Cutler, un soldado raso ascendido varias veces a capitán y degradado otras tantas a teniente por su indisciplina y su habilidad para atraerse el odio de sus superiores. Al mando de sus infalibles rastreadores hoyas, también  apaches pero enemigos de los sierraverdes,  Cutler protagonizará los mejores momentos de la narración: cómo se desarrolla una persecución, trucos de los rastreadores hoyas para descubrir las huellas de los fugitivos, cómo se planea una emboscada, cómo hacer para alcanzar una posición de dominio y superioridad aun siendo menos, cómo despistan los guerreros a sus perseguidores para dar tiempo a que escapen las squaws cargadas con la impedimenta y los niños, todo ello estupendamente contado. Hall no era ningún analfabeto y cita  Bernal Díaz del Castillo con la misma facilidad con que describe las diferencias que hay entre la monta a la brida (practicada por los soldados españoles herederos de la caballería medieval y copiada por el ejército estadounidense) y la monta al jinete (copiada de los árabes y también traída por los españoles pero los no militares, y que fue adoptada por los indios porque preferían conducir al caballo con las rodillas y así tener libres las manos para manejar el arco y las flechas). Parece mentira las cosas que se aprenden leyendo a los autores que saben de lo que hablan.

                La tercera gran línea narrativa se centra en los civiles, los grandes hacendados que saben haber perdido el control del territorio a manos de los aventureros que todavía buscan fortunas fáciles en el Oeste, los comerciantes que trafican con bienes de primera necesidad y crean las llamadas Redes, unas asociaciones de tipo mafioso que además de estafar a los indios y venderles licor, practicaban  la usura y servían  a sus amos ejecutando sentencias y embargos a granjeros morosos; los funcionarios estatales encargados de los asuntos indios; los jueces, sheriffs, alcaldes y gobernadores y fiscales tan corruptos que resulta casi imposible trazar una línea de separación entre ellos y los cuatreros, forajidos, pistoleros y demás marginados sociales que van rebotando de Texas a Nuevo México y vuelta buscando un medio de supervivencia. Todos ellos son muy conscientes de que la “civilización” está a punto de barrer el viejo orden, por llamarlo de alguna manera, para sustituirlo por un nuevo sistema que ya se perfila y que se parece sospechosamente al actual. La conciencia de fin de época es tan clara que incluso el nuevo gobernador, un general e historiador especializado en  Pedro de  Alvarado, cambia de especialidad y decide escribir historia contemporánea con nombres y apellidos reales. Esta tercera vía narrativa podría resultar la menos interesante de no ser por la minuciosa atención que Hall presta a las mujeres. En lugar de recluirlas, como  siempre, en el prostíbulo y el saloon, Hall sigue con gran simpatía la lucha titánica de varias mujeres (la gran dama, las esposas de militares, la hija de familia rica mexicana e incluso las squaws indias) por sobrevivir y luchar por ganar un poco de dignidad en un medio apabullantemente masculino y vehiculado por la violencia, ya sea la costumbre apache de cortar la nariz a la adúltera o la fijación del ojo pálido por considerar que ellas no son más que botín. Que Apaches sume más 650 páginas de texto apretado puede parecer intimidante, pero quien lleve tiempo buscando un novelón del oeste como los de antes está de suerte.

 

Apaches

Oakley Hall

Traducida por Benito Gómez Ibáñez

Galaxia Gutenberg

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Javier Fernández de Castro

Javier Fernández de Castro (Aranda de Duero, Burgos, 1942- Fontrubí, Barcelona, 2020) ejerció entre otros los oficios de corresponsal de prensa (Londres) y profesor universitario (San Sebastián), aunque mayoritariamente su actividad laboral estuvo vinculada al mundo editorial.  En paralelo a sus trabajos para unos y otros, se dedicó asiduamente a la escritura, contando en su haber con una decena de libros, en especial novelas.

Entre sus novelas se podrían destacar Laberinto de fango (1981), La novia del capitán (1986), La guerra de los trofeos (1986), Tiempo de Beleño ( 1995) y La tierra prometida (Premio Ciudad de Barcelona 1999). En el año 2000 publicó El cuento de la mucha muerte, rebautizado como Crónica por el editor, y que es la continuación de La tierra prometida. En 2008 apareció en Editorial  Bruguera,  Tres cuentos de otoño, su primera pero no última incursión en el relato corto. Póstumamente se ha publicado Una casa en el desierto (Alfaguara 2021).

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