Joana Bonet
Me empujó hasta el portal, me decía guapa y me sobaba… vi que no iba armado y me zafé de él. Conseguí que girara la llave. Su chaqueta se quedó enganchada en la puerta”. Es el relato de una joven de treinta y tantos, ocurrió el pasado viernes en Barcelona: un intento más de agresión sexual, de los tantos que, al quedarse en amago, son anécdota silenciada. A pesar del progreso, del vuelco social y los derechos ciudadanos, de nuestras “ciudades seguras”, de las cámaras de vigilancia, de las campañas de prevención y, sobre todo, del endurecimiento de la ley, el fantasma de la agresión sexual sigue acechando a las mujeres desde el umbral de la adolescencia. Como un déjà vu, un lugar común que antes se ocultaba a fin de no dejarse la piel en ello ni marcarse a fuego. Violencia sexual gratuita, criminal, banal, pasmosamente cotidiana en muchos lugares del mundo.
“Pero, en realidad, ¿de qué tienes miedo?”, me preguntó mi hija de 16 años cuando la noche del viernes pactamos el horario de vuelta a casa: “De que te violen”, le respondí sin eufemismos, a sabiendas de que hay un tipo de miedo que debe de conservarse para mantener en alerta los seis sentidos. Estos días he recordado los testimonios atroces de las pequeñas que vivían en la casa de acogida de Afesip, en las afueras de Phnom Penh, fundada por Somaly Mann. Se había convertido en una activista carismática, modélica y muy valiente. Con buena foto y habilidad para conseguir apoyo internacional, se dedicó, desde 1997, a liberar a las chicas de los burdeles o la peor de las calles y rehabilitarlas. Niñas educadas para prostituirse, algunas vendidas por los padres, otras que actuaban bajo el tácito acuerdo de no preguntarse de dónde llegaba cada día el dinero para comprar arroz.
Ahora se ha revelado que Somaly Mam incluyó grandes dosis de impostura en su biografía. Inventaba dramáticos casos de agresiones, como el que aseguró que había sufrido su propia hija: drogada y violada por las mafias del trafficking como vendetta. Consiguió el Príncipe de Asturias, y tenía excelentes relaciones, desde Hillary Clinton hasta la reina de España. Su fabulación es doblemente desoladora, pues significa un sabotaje a la propia causa, una lucha aún incipiente para proteger a las más inocentes, como esas escolares de Nigeria que siguen secuestradas y ultrajadas por los islamistas radicales de Boko Haram. Es verdad, como razonan sus afines, que Mam logró grandes resultados, aunque ¿algún fin justifica los medios cuando son patrañas para engordar una leyenda personal? Existen demasiados testimonios verdaderos como para socavar la credibilidad de una causa que aún dista mucho de estar controlada. ¿Por qué la mala literatura acaba dañando lo que apenas necesita adjetivos para ser contado? En España, cada hora y media se produce una agresión sexual, justo lo que dura una película.
(La Vanguardia)