Francisco Ferrer Lerín
Describe en profundidad Alfonso Reyes, en Medallones (Buenos Aires, Austral, 1951), la desgraciada geografía corporal de Don Juan Ruiz de Alarcón y Mendoza, el notable dramaturgo mexicano (Taxco, ¿1581? – Madrid, 1639). De hecho dedica un capítulo, “Su figura”, a dar relación de citas referidas a los errores de la naturaleza que tantas puertas cerraron a Alarcón.
Parece que en algunas sátiras comparaban a Alarcón con el enano Soplillo, el que aparece en el cuadro de Rodrigo de Villandrando “Felipe IV príncipe y el enano Miguel Soplillo” (1620 – 1621) colgado en el Museo del Prado. Así Luis Vélez de Guevara le dice: ‘Por más que te empines, / camello enano con loba, / es de Soplillo tu trova’.
Comparado con una mona, corcovado de pecho y espalda, barbitaheño, es merecedor de nutridas burlas:
‘Colchado con melones, visto de lejos, no se sabe si va o viene’ (Luis Vélez de Guevara).
‘Tanto de corcova atrás / y adelante, Alarcón, tienes, / que saber es por demás / de dónde te corco-vienes / o adónde te corco-vas’ (Regidor Juan Fernández).
‘La que, adelante y atrás / gémina concha te viste’ (Góngora).
‘Zambo de los poetas y sátiro de las musas’ (Don Antonio de Mendoza).
‘Un hombre que de embrión / parece que no ha salido’ (Montalván).
‘Don Cohombro de Alarcón, / un poeta entre dos platos’ (Tirso).
‘Tiene para rodar / una bola en cada lado’ (Salas Barbadillo).
‘En el cascarón metido / el señor bola-matriz’ (Fray Juan de Centeno).
‘Baúl-poeta / semienano o semidiablo’ (Don Alonso Pérez Marino).
En unas seguidillas de la época se le llama “profecía de Jerónimo Bosque” y se le hace decir: ‘A ningún corcovado / daré ventaja, / que una traigo en el pecho / y otra en la espalda’.
Para finalizar este indecoroso repaso, una letrilla de Quevedo:
‘Corcovilla, poeta juanetes, hombre formado de paréntesis, tentación de San Antonio, licenciado orejoncito, no nada entre dos corcovas, zancadilla por el haz y el envés’; y la dedicatoria de Lope en Los Españoles en Flandes cuando nombra al poeta ‘rana en la figura y en el estrépito’.
Quizá el consuelo de semejante caballerete, velloso, con espesas barbicas y piernas algo divididas, fuera conseguir que sus amigos pasaran buenos ratos escarneciendo y gesteando su figura. En el torneo de mascarada de cierta fiesta de San Juan de Aznalfarache adoptó el sangrante apodo de Don Floripondio Talludo, príncipe de la Chunga.