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Un recuerdo que he olvidado

Por 20 de septiembre de 2010 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Félix de Azúa

No recuerdo dónde leí hace poco, seguramente en una antología con el lomo pelado, una de esas que hace veinte años compré en la estación ferroviaria de Oxford, pero que nunca leí porque en el trayecto me encontré con otro profesor del departamento, Eric Leery-Stout, un hombre resabiado, de malévolo ingenio, y ya no dejamos de hablar sobre la escasa sutileza de los colegas hasta llegar a Victoria Station, pero era un cuento americano (que era americano lo recuerdo perfectamente) en el que alguien recordaba a aquella chica con carita de muñeca, muy atenta con todo el mundo en la ventanilla de la universidad, pero con una pierna más corta que la otra, a la que su padre acompañaba cada año al baile de Primavera o de Fin de Curso (eso no lo recuerdo) y se sentaban ambos en un banco, junto a la pared, y allí estaban toda la noche mirando con una expresión de atenta curiosidad a la gente y a las parejas que bailaban, e intercambiaban a veces comentarios sobre alguna de las preciosas muchachas vestidas con ligeros trajes azules y amarillos, o los movimientos tan torpes como encantadores de los chicos más deportivos de las clases superiores, y así transcurría la velada hasta que poco a poco la sala iba quedando vacía de modo que se levantaban sonrientes, el padre estiraba un poco los brazos como a veces hacen los perros, y aunque jamás, en siete años que viví allí, nunca nadie, jamás, jamás, la invitó a bailar, salían comentando jovialmente lo bien que lo habían pasado y lo bonitas que eran estas fiestas y lo amables y guapos que eran los jóvenes del instituto y qué buena noche hace, qué te parece, ¿vamos caminando hasta casa?, ¿te ves con ánimo?, ¡qué dices, papá!, pero ¿acaso me tomas por una inválida?, ¡cariño, si yo soy el tullido…!, y oía sus risas tan bien entonadas como los dúos de la radio alejándose hacia la oscuridad, mientras la noche se cerraba sobre el pueblo como un enorme manto de olvido y caía luego sobre mi de repente.

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Félix de Azúa

Félix de Azúa nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Ha publicado los libros de poemas Cepo para nutria, El velo en el rostro de Agamenón, Edgar en Stephane, Lengua de cal y Farra. Su poesía está reunida, hasta 2007, en Última sangre. Ha publicado las novelas Las lecciones de Jena, Las lecciones suspendidas, Ultima lección, Mansura, Historia de un idiota contada por él mismo, Diario de un hombre humillado (Premio Herralde), Cambio de bandera, Demasiadas preguntas y Momentos decisivos. Su obra ensayística es amplia: La paradoja del primitivo, El aprendizaje de la decepción, Venecia, Baudelaire y el artista de la vida moderna, Diccionario de las artes, Salidas de tono, Lecturas compulsivas, La invención de Caín, Cortocircuitos: imágenes mudas, Esplendor y nada y La pasión domesticada. Los libros recientes son Ovejas negras, Abierto a todas horasAutobiografía sin vida (Mondadori, 2010) y Autobiografía de papel (Mondadori, 2013)Una edición ampliada y corregida de La invención de Caín ha sido publicada por la editorial Debate en 2015; Génesis (Literatura Random House, 2015). Nuevas lecturas compulsivas (Círculo de Tiza, 2017), Volver la mirada, Ensayos sobre arte (Debate, 2019) y El arte del futuro. Ensayos sobre música (Debate, 2022) son sus últimos libros.  Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

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