
Félix de Azúa
Una obra maestra puede esperar durante años, pero te acaba encontrando. Así, el "trozo de muro amarillo" pintado por Vermeer que atrapó a Bergotte en el Jeu de Paume para llevarle a la muerte, según cuenta Proust. Aquel pigmento amarillo había pacientado hasta que llegó el día cumplido para mostrarse ante el pintor moribundo. Con toda modestia, me ha sucedido lo mismo gracias a la obra maestra de un ginebrino, "L’Usage du monde".
El joven Nicolas Bouvier y su amigo el pintor Thierry Vernet se lanzaron a un viaje imposible cuando apenas habían cumplido veinte años. Con un Fiat 500 atravesaron Europa, cruzaron Grecia, Yugoslavia y Turquía, se adentraron en Armenia, Azerbaiján, Irán y fueron a dar a Afganistán para terminar en Bombay año y medio más tarde. Era en 1953 y en esas zonas habían muerto decenas de viajeros curtidos, pero también miles de lugareños por hambre, frío, deshidratación o malaria. Los peligros que sortearon ese par de adolescentes sin dinero ni protección alguna tiene algo de milagroso.
La prosa de Bouvier es íntima, limpia, de una gran elegancia. Y lo más emocionante no es la aventura física, sino la posición del narrador, su dignidad. Bouvier se borra del relato para que los hombres, animales, paisajes, climas y objetos aparezcan con nitidez. Ni una queja, ni una crítica, ni una censura empaña el retrato de unas sociedades forzadas a la criminalidad para sobrevivir a su absoluta miseria. La música, fondo constante de la odisea, pone un velo mágico a la danza popular de la desesperación.
Como a Bergotte, este libro me ha alcanzado cuando era preciso, porque me ha devuelto a mis muertos. Yo no sé si Carlos Trías y Ferrán Lobo lo habían leído, pero he vivido la conversación que ya no podré tener con ellos. Veo a Carlos, que amó la errancia perdidamente, exaltado con sólo oír los nombres de Mahabad, Chiraz o Sungurlu. Veo a Ferrán, en su callada pasión, celebrando la vida de los hombres honestos y libres como Bouvier. No hubo página que no leyera con ellos en voz alta. En la callada voz de la ausencia.
Artículo publicado en: El Periódico, 19 de abril de 2008.