Skip to main content
Blogs de autor

Sobre la división de impotencias

Por 10 de octubre de 2011 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Félix de Azúa

Ha comenzado la campaña electoral y como en cada ocasión los ciudadanos asistimos con horror a la histeria política en su máximo grado de intensidad, en tanto que los profesionales se lanzan orgiásticamente a un frenesí que adoran.

En estas lides los adversarios parecen detestarse y sin embargo sabemos que sólo se desprecian. No pueden ir más allá. Están atrapados por las mismas fullerías, manejos sucios y usos gangsteriles en los que se ha convertido la democracia mediática. Incluso en lo más enconado de la batalla no pueden dejar de mentir, ni confesar lo que saben. Finalmente son conscientes de que deben protegerse unos a otros si las cosas vienen mal dadas; derechas, izquierdas, rancios o novedosos nacionalistas, todos están impregnados por el aceite de la subvención que engrasa voluntades, doblega resistencias y aniquila ideas.

De no ser así resultaría insoportable que atacaran a la sanidad y la educación, es decir a nuestro patrimonio, el de los ciudadanos, y dejaran exquisitamente indemne su propio patrimonio, el de los políticos, del que no han suprimido ni un euro. Cálculos rigurosos demuestran que tan solo con la supresión del senado, máquina ornamental y ostentosa nacida del miedo, así como de las diputaciones, redoblamiento barroco y carísimo de la incompetencia, podría dejarse en paz sanidad y educación e incluso incrementar su presupuesto. Sin embargo, senado y diputaciones son lujosos balnearios para profesionales en aparcamiento, jubilación, uso residual o de conveniencia. Por no hablar de los expulsados al Parlamento Europeo. De todo ello no veremos ahorrar ni medio euro. En esa omertá no hay derechas ni izquierdas, nacionales o provinciales, todos luchan por mantener sus puestos de trabajo, en el caso de que semejante labor se considere trabajo.

En parte se entiende por la reunión en la democracia mediática de dinámicas que antes actuaban por separado. Una cosa era la acción de gobierno y otra su recepción. Mientras el periodismo fue autónomo y mantuvo su función, la acción ejecutiva, legislativa y judicial tenían una cierta corrección en los países libres, pero esta es una figura arcaica. La tecnificación ha unido el poder político con el económico y el mediático, del mismo modo que ha reunido en uno sólo el poder ejecutivo y el judicial.

La desaparición de espacios libres para la crítica, o lo que es igual, la seguridad de que toda la "crítica" actual es unidireccional y clientelar, conduce al repliegue de la ciudadanía que ve de año en año crecer el poder económico del consorcio político a costa de instituciones civiles fundamentales, de tal manera que si algún profesional del consorcio jura proteger a "los débiles", se sabe con certeza que no habla de nuestros débiles sino de los suyos. La paradoja es que el alimento del consorcio son los ciudadanos, los cuales están cada día más escuálidos.

Giorgio Agamben, filósofo que vive en Italia, donde el gangsterismo democrático es incluso más denso que aquí, sitúa en su posición crítica este agujero negro que engulle galaxias éticas, en un reciente libro traducido al español, Desnudez (Anagrama). Su descripción ignora pulsiones ad hominem como la codicia o la mediocridad y se remonta al doble poder instaurado por los monoteísmos.

Tanto en el cristianismo como en el judaísmo y el Islam, hay una separación tajante entre la Creación y la Redención. Si la primera es obra de Dios, la segunda es obra de sus Profetas, es decir, de los encargados de interpretar la obra divina y darle sentido. Cuando se acaban los profetas vivientes (Jesucristo es el último del cristianismo) comienza la actividad de los hermeneutas: la Torá judía, la teología cristiana y los intérpretes islámicos posteriores a su máximo profeta, Muhammad.

Esta doble función es inseparable, pero diferenciada. Sin la Redención quedaría la Creación como un monstruoso capricho de alguna divinidad malvada (que Descartes soñó) la cual habría procurado el mayor dolor posible a sus propias criaturas. La Redención es justamente la explicación de por qué la Creación no es una trampa sádica, sino un delicado mecanismo de salvación que profetas y filósofos se esfuerzan en significar. Así que la parte creativa del Padre se encomienda, para su Redención, al Hijo.

La separación de funciones toma un aspecto distinto cuando Platón la expone como razón de ser de las dos actividades humanas: las poiéticas y las epistémicas; las del arte y las de la ciencia; las obras poéticas (que incluyen todas las técnicas) y las filosóficas o críticas; la creación y su sentido. La producción de novedades, así como su inmediata interpretación o salvación filosófica, colaboraron en la representación de un mundo inteligible hasta la edad moderna. Cree Agamben que esta separación entre lo creativo y lo interpretativo se vino abajo con la modernidad. Filosofía y crítica, herederas de la obra profética de salvación de un lado, y arte y tecnología, herederas de la obra angélica de creación de otro, se con-funden. A partir de ese momento, en la modernidad los creadores proponen, en realidad, críticas, mientras que los filósofos producen creaciones.

La pretensión poética de tanto filósofo cuya obra parece obsesionada por la invención de un estilo artístico más aún que de un juicio recto; la pretensión crítica de tanto artista que expone sus obras como juicios morales, filosóficos, ideológicos o benevolentes, confunde los dos órdenes en uno que no cumple ni con la creación angélica ni con la interpretación salvadora del sentido. Hasta aquí, brutalmente resumido y en esqueleto, el ensayo de Agamben.

En su traslado a la política, se diría que la actividad técnica y productiva, fuera ésta la fundación de ciudades y sociedades justas, la redacción de leyes, su ejecución o la aplicación jurídica de las mismas que luego debía ser interpretada, explicada y criticada por los medios libres, se han fundido enteramente en un acto único. El conglomerado resultante es una máquina colosal que se autoalimenta sin finalidad ni propósito. Un monstruo sin cerebro que no sabe a dónde ir y que sólo lucha por permanecer. De ahí que los más culpables miembros del consorcio se apunten a cualquier profeta que tome por asalto la plaza pública y afirme con voz amenazadora que estamos condenados por nuestros pecados y que debemos arrepentirnos. Frente a ellos tiemblan ministros y escribas, porque su función clásica, la de producir una sociedad ecuanime, ya no figura entre los intereses del partido… y la gente se ha percatado. En consecuencia, aplauden a los profetas y dicen ser como ellos.

Ante estos fenómenos de ira popular, de inmediato la filosofía y la crítica encarnadas en los medios de difusión masiva consultan con el fragmento de consorcio que representan, a fin de tomar posición contra algo que de hecho forma parte de ellas mismas. El ciudadano sabe con toda certeza lo que va a juzgar cada uno de los profetas mediáticos a la mañana siguiente de cualquier suceso político. El aparato se autoalimenta y proseguirá su autodeglución hasta que no quede ni un gramo de sentido y la sociedad se haya devorado a sí misma por completo.

¿Podemos escapar a esta ameba monstruosa que todo lo iguala y a la que todo le es indiferente excepto la conservación de sus privilegios? Por ahora el restablecimiento de las diferencias y el regreso a la democracia parece empresa quimérica. Nada dice sobre ello Agamben sino que sólo ve sentido en el pasado, aunque no es un pasado histórico sino el pasado perpetuamente presente de la obra ya concluida.

Si bien la diferenciación crítica individual parece una fantasía, Agamben habla, en otra parte del libro, sobre el individuo intempestivo o inactual, el único auténtico contemporáneo. Es una discreta indicación, quizás sobre sí mismo. Ciertamente en algunos momentos de extremada corrupción pública parece irremediable el exilio interior de eremitas y anacoretas, como en la agonía romana. Me temo, sin embargo, que en estos tiempos incluso ellos recibirían la visita del inspector de Hacienda.

profile avatar

Félix de Azúa

Félix de Azúa nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Ha publicado los libros de poemas Cepo para nutria, El velo en el rostro de Agamenón, Edgar en Stephane, Lengua de cal y Farra. Su poesía está reunida, hasta 2007, en Última sangre. Ha publicado las novelas Las lecciones de Jena, Las lecciones suspendidas, Ultima lección, Mansura, Historia de un idiota contada por él mismo, Diario de un hombre humillado (Premio Herralde), Cambio de bandera, Demasiadas preguntas y Momentos decisivos. Su obra ensayística es amplia: La paradoja del primitivo, El aprendizaje de la decepción, Venecia, Baudelaire y el artista de la vida moderna, Diccionario de las artes, Salidas de tono, Lecturas compulsivas, La invención de Caín, Cortocircuitos: imágenes mudas, Esplendor y nada y La pasión domesticada. Los libros recientes son Ovejas negras, Abierto a todas horasAutobiografía sin vida (Mondadori, 2010) y Autobiografía de papel (Mondadori, 2013)Una edición ampliada y corregida de La invención de Caín ha sido publicada por la editorial Debate en 2015; Génesis (Literatura Random House, 2015). Nuevas lecturas compulsivas (Círculo de Tiza, 2017), Volver la mirada, Ensayos sobre arte (Debate, 2019) y El arte del futuro. Ensayos sobre música (Debate, 2022) son sus últimos libros.  Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

Obras asociadas
Close Menu
El Boomeran(g)
Resumen de privacidad

Esta web utiliza cookies para que podamos ofrecerte la mejor experiencia de usuario posible. La información de las cookies se almacena en tu navegador y realiza funciones tales como reconocerte cuando vuelves a nuestra web o ayudar a nuestro equipo a comprender qué secciones de la web encuentras más interesantes y útiles.