Skip to main content
Blogs de autor

El Diablo

Javier Fernández de Castro

Cuando toca comentar un libro de alguno de los mal llamados “escritores fascistas” siempre se cita un variopinto elenco de personajes entre los que nunca fallan, por citar de norte a sur,  el noruego Knut Hamsun, el norteamericano Ezra Pound, el alemán  Ernst Jünger, los franceses Drieu de la Rochelle y Louis Ferdinand Céline, los españoles Agustín de Foxá y Dionisio Ridruejo y los italianos Curzio Malaparte, Gabriele D´Annunzio y, faltaría más, Giovanni Papini. Habría que citar muchos más, pues aparte de que las bases ideológicas que debieran cohesionar el colectivo son muy difusas, las décadas de 1920 y 1930 fueron particularmente fecundas en lo relativo a pensadores y artistas más o menos activamente antisemitas pero que en general compartían la esperanza de que un gobierno autoritario podría poner fin a los tiempos tan revueltos como los que bajaban en aquél entonces.  Más inclinados al nacionalsocialismo los artistas y pensadores del norte, y más atraídos por la hojarasca propiamente fascista los nacidos en el sur, un rasgo que caracterizaba y unía a unos y otros era que todos ellos, incluso quienes llegaron a profesar y llevar algún tipo de carné, por lo general eran tipos montaraces, apasionados y propensos a los vaivenes ideológicos, es decir, lo menos idóneo que pueda concebirse para militar en un partido. O peor aún:  una pesadilla  que los partidos aceptaban con resignación porque se trataba de militantes de postín y que aportaban imagen, prestigio y credibilidad, pero a costa de toda clase de trifulcas disciplinarias que muchas veces acababan en traumáticas rupturas y expulsiones.

Todo lo cual viene a cuento porque, ante un libro titulado El Diablo lo primero que debe averiguar el lector es la clase de ideología que profesaba el autor en el momento de escribirlo. No vaya a ser que se trate de un tostón postconciliar.

En el caso de Papini cabe decir que la suya era una posición ambigua, pues como decía Borges de él  (y conste que lo decía con admiración) qué cabe esperar de un tipo que primero ha sido furibundamente ateo y  anticlerical y después se hace teólogo, ingresa en el catolicismo mediante el bautizo y termina haciéndose franciscano. El Diablo pertenece a la última etapa vital del autor. Para entonces ya se había enfrentado con todo el mundo directa o indirectamente porque, como dice también Borges de él, “"hay estilos que no permiten al autor hablar en voz baja. Papini, en la polémica, solía ser sonoro y enfático". Ya había publicado obras como Gog, una crítica social que de hecho es un maremágnum  ideológico que no deja títere con cabeza y en el que descuartiza por igual a Ghandi que a Lenin, pero también era autor de libros de carácter progresivamente más religiosos, como  El juicio final,  Cartas de Celestino VI (declarándose partidario de  la santidad) y, ya en  1945, Miguel Ángel , Dante y San Agustín.

El Diablo lo dicta a su nieta  cuando ya es un hombre de setenta y dos años, ciego y profundamente vilipendiado. Él, que ha sido encumbrado por el partido fascista a una cátedra de filosofía cuando tenía apenas veinte años y  carecía de titulación académica; el amigo personal de Musolini y uno de los autores más vendidos y admirados de Europa, se veía de pronto reducido a vivir de la caridad y sin más amigos que los pertenecientes a la facción más integrista del catolicismo.  Es decir, que el Papini de El Diablo está más allá de toda ideología y sólo escribe movido por la curiosidad que le suscita esa figura fascinante que surge junto a la divinidad, como si fuera su sombra, y acerca de la que ha estado documentándose toda la vida.  Citando a Graham Greene, y haciendo suyas unas valientes palabras de éste, dice Papini en la introducción: “ Uno se siente tentado de creer que el Mal no es sino la sombra que el Bien, en su perfección, lleva consigo, y que un día llegaremos a comprender hasta la sombra”.

Para llevar a cabo tan urgente investigación Papini escogió un estilo agudo y ameno, recurriendo a una ingente erudición pero sin ánimo de ser exhaustivo. Así por ejemplo, un epígrafe titulado “¿Es Diablo es hijo del hombre?”,  ocupa apenas una página. Y son apenas un poco más extensos otros epígrafes titulados “La Trinidad diabólica”, “El Diablo, reverso de Dios”, "El demonio de los griegos", “¿Los demonios crucificaron a Cristo por ignorancia?”, “El Diablo y Miguel Ángel”, “El Diablo y Don Juan” o “Libros inspirados por el Diablo”. Dicho de otro modo: se trata de un libro muy entretenido, curioso y tremendamente sugerente. Y para quien no  crea mucho en tan ensalzada como vilipendiada criatura, he aquí otra cita, esta vez de alguien tan poco sospechoso de frecuentar sacristías como fue  Baudelaire: “La mejor treta del diablo es la de convencernos de que no existe”.

 

El Diablo

Giovanni Papini

Backlist

profile avatar

Javier Fernández de Castro

Javier Fernández de Castro (Aranda de Duero, Burgos, 1942- Fontrubí, Barcelona, 2020) ejerció entre otros los oficios de corresponsal de prensa (Londres) y profesor universitario (San Sebastián), aunque mayoritariamente su actividad laboral estuvo vinculada al mundo editorial.  En paralelo a sus trabajos para unos y otros, se dedicó asiduamente a la escritura, contando en su haber con una decena de libros, en especial novelas.

Entre sus novelas se podrían destacar Laberinto de fango (1981), La novia del capitán (1986), La guerra de los trofeos (1986), Tiempo de Beleño ( 1995) y La tierra prometida (Premio Ciudad de Barcelona 1999). En el año 2000 publicó El cuento de la mucha muerte, rebautizado como Crónica por el editor, y que es la continuación de La tierra prometida. En 2008 apareció en Editorial  Bruguera,  Tres cuentos de otoño, su primera pero no última incursión en el relato corto. Póstumamente se ha publicado Una casa en el desierto (Alfaguara 2021).

Obras asociadas
Close Menu