Félix de Azúa
Los préstamos entre cristianos y mexicas, aztecas, nahuas y otros, tienen doble dirección. Hay influencias mutuas que duran hasta hoy y han enriquecido a ambas partes
Lo más irritante en la guerra contra la historia, sean las baratijas de López Obrador o el derribo de estatuas, es que simplifican un asunto mucho más rico que esas reducciones para espíritus simples obligados a odiar para soportarse. No todo fue crimen. También se dieron intercambios de ADN y de divinidades.
Ejemplo: en 1531 nació la leyenda de la Virgen de Guadalupe cuando el indígena Juan Diego recibió la visita de María en el cerro de Tepeyac. Ese era justamente el lugar donde los lugareños mantenían el culto de la diosa Tonantzin, potente divinidad con diferentes formas y nombres pues a veces era también Cihuacoatl, señora de nacimientos y muertes. El muy extenso culto de Tonantzin, cuyos peregrinos venían de lejanas provincias, se convirtió en el culto a la Virgen de Guadalupe y mantuvo en vida la devoción de Tonantzin hasta hoy. Siguen llamándola así.
No sólo hay mil casos de fusión indígena con los descubridores, también lo contrario. En las representaciones de la misa de San Gregorio que llevaron a cabo los artesanos indios llamados “plumarios” figura el célebre milagro del papa Gregorio con abundancia de símbolos nahuas (huesos, cráneos, orejas de maíz) en una clara síntesis, sin conflicto, de ambas tradiciones simbólicas. Lo cuenta Fernando Cervantes (Conquistadores, Turner) como un ejemplo más de intercambio de significados y sentidos que crearon un mundo nuevo. No hubo sólo mezcla sexual y matrimonial, también divina.
Los préstamos entre cristianos y mexicas, aztecas, nahuas y otros, tienen doble dirección. Hay influencias mutuas que duran hasta hoy y han enriquecido a ambas partes. Es lo que distingue a la colonización española en contraste con el arrasamiento de la anglosajona o la belga. Otra cosa es la guerra. Esa fue tan cruel como suelen ser todas las guerras.