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Refracción luminosa en una mañana de otoño

Por 16 de noviembre de 2006 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Félix de Azúa

Iba yo calle Balmes abajo, el sol de las ocho en la frente y el imperativo categórico en mi corazón, cuando vi que subía en dirección opuesta de modo que el encuentro iba a ser inevitable la inconfundible silueta, el cabello negro ala de cuervo, los temibles ojos azul celeste de Teresita Camprubí. ¡Dios mío, no había cambiado nada!

También ella me miraba, pero hacía tantos años que no nos tratábamos que sin duda no podía reconocerme. Recordé que me habían contado algo sobre su matrimonio con un hombre guapo y poderoso, creo que al poco tiempo se trasladaron a vivir a Chicago pero regresaron debido a la súbita enfermedad del marido, la muerte llegó despacio y con recaídas, a los periodos de desesperación le seguían otros de euforia hasta el mazazo del desenlace, la figura de aquel varón atlético convertida en un amasijo de apenas treinta kilos, las palabras finales.

Si no me habían informado mal, pasado un año se había casado de nuevo, para estupor de todo el mundo y alegría de los padres del difunto que aún temían más perderla a ella que a su hijo, con el hermano del fallecido, el cual la había consolado a lo largo de la enfermedad y salvado de un suicidio. Y seguramente por amor al difunto, por ese amor que no podía agotarse de un modo tan impío, se habían casado y compartían amablemente al ausente, sin dramatismos. Un modo de mantenerlo en vida ambos, pues ambos le amaban y le seguían amando.

Inolvidable figura del muerto que debía de estar presente a todas horas, pero sobre todo en las celebraciones familiares, como un invitado más. En fin, la vida de Teresita había dado buen empleo a su belleza y a su inteligencia. Quizás la mujer más brillante de su generación, aquellas audaces muchachas del Sagrado Corazón. Y ahora estábamos a punto de cruzarnos y, como ya sospechaba, no me reconocía, de modo que me detuve ante ella.

“Hola Teresita, soy yo, Azúa, ¿no te acuerdas de mí? Tú no has cambiado nada, sigues igual”.

Algo inquietante, una nube de recelo, un gesto de pánico controlado, le entenebró los ojos enormes y Teresita comenzó a retroceder. Supuse que mi aspecto la estaba obligando a reconocer la implacable usura del tiempo, y que al verme también caían sobre ella todos esos años corrosivos que, sin embargo, no la habían afectado.

“Pero Teresa, si estás igual, si no has cambiado en absoluto…”.

A la desconfianza y al pánico ahora le sucedió una cierta insolencia, ese descaro que tan bien conocía yo y que a veces podían hacerla pasar por arrogante, cuando no era sino la reacción de un animal noble ante el peligro. Entonces habló, irritada, molesta.

“¿Pero cómo sabe usted que me llamo Teresa?”

“¿Cómo no voy a saberlo? ¿No te acuerdas ya de Caldetas, de Lloret, de los guateques en casa de Chufo? Tu familia era muy amiga de la mía, ¡pero si andábamos siempre juntos!”

“¿Guateques? ¿Qué familia?”

“¡Los Camprubí, naturalmente!”

En ese momento a los dos nos iluminó el mismo chispazo. A ella para aliviarla. A mí para derribarme. Ni siquiera su sonrisa logró sostenerme.

“Yo me llamo Teresa Cuevas. Usted debe de referirse a mi madre, Teresa Camprubí”.

Había una cierta compasión en su voz, creo que incluso trataba de ayudarme, así que farfullé lo típico, perdona, os parecéis tanto, es como un milagro, y me fui calle abajo hasta llegar a la Diagonal sin proponérmelo y sin saber a dónde iba. Me quedé allí, sentado en un banco bastantes horas, habría querido quedarme para siempre. Asistir a una resurrección y a una segunda muerte en un minuto.

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Félix de Azúa

Félix de Azúa nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Ha publicado los libros de poemas Cepo para nutria, El velo en el rostro de Agamenón, Edgar en Stephane, Lengua de cal y Farra. Su poesía está reunida, hasta 2007, en Última sangre. Ha publicado las novelas Las lecciones de Jena, Las lecciones suspendidas, Ultima lección, Mansura, Historia de un idiota contada por él mismo, Diario de un hombre humillado (Premio Herralde), Cambio de bandera, Demasiadas preguntas y Momentos decisivos. Su obra ensayística es amplia: La paradoja del primitivo, El aprendizaje de la decepción, Venecia, Baudelaire y el artista de la vida moderna, Diccionario de las artes, Salidas de tono, Lecturas compulsivas, La invención de Caín, Cortocircuitos: imágenes mudas, Esplendor y nada y La pasión domesticada. Los libros recientes son Ovejas negras, Abierto a todas horasAutobiografía sin vida (Mondadori, 2010) y Autobiografía de papel (Mondadori, 2013)Una edición ampliada y corregida de La invención de Caín ha sido publicada por la editorial Debate en 2015; Génesis (Literatura Random House, 2015). Nuevas lecturas compulsivas (Círculo de Tiza, 2017), Volver la mirada, Ensayos sobre arte (Debate, 2019) y El arte del futuro. Ensayos sobre música (Debate, 2022) son sus últimos libros.  Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

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