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Oigo los clarines de la Fama

Por 12 de abril de 2010 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Félix de Azúa

Hace unos años, cuando yo aún iba al colegio, era habitual que a los poetas los persiguieran a pedradas por los pueblos y si eran sodomitas les hincaran una ducha de playa. Ya que no educado, al menos nos hemos domesticado. Asisto con admiración al nacimiento de un ídolo: el poeta Jaime Gil de Biedma. Es muy desconcertante haber conocido a alguien que sería elegido por la Gloria.

    Digo bien, la Gloria, porque en pocos meses han emanado de Jaime Gil: la biografía de Dalmau, la película de Monleón, la historia de su amistad con Joan Ferraté (Acantilado), sus obras de poesía y prosa en un bello volumen del Círculo de Lectores, y por último la correspondencia (casi) completa muy bien editada por Lumen. Por si fuera poco, en un libro de memorias de J.M. Castellet recientemente publicado en catalán, la inquietante figura del poeta y ejecutivo de Tabacos de Filipinas circula incesantemente por los entresijos de sus coetáneos.

    Si Gil de Biedma lo está viendo desde el valle de Josafat seguro que se pregunta "¿y por qué yo?". Es de observar que ningún poeta español, ni siquiera los malos, han tenido semejante tratamiento. Para hacerse una idea: la biografía oficial de García Lorca es de un irlandés (Gibson), no hay biografía de Machado, o de Jiménez, o de Cernuda realmente definitiva. Sus correspondencias duermen el sueño eterno. De los poetas posteriores, ni eso.

    ¿Por qué Gil de Biedma se está mudando en El Poeta de la postguerra civil? En el soberbio prólogo a la correspondencia de Lumen, Andreu Jaume dice que sus cartas son la autobiografía que siempre quiso escribir Gil de Biedma. Aquel gran lírico y fino letrista (estoy persuadido de que su deseo más profundo era alzarse hasta las sarcásticas canciones de Cole Porter) no valoraba su vida, era demasiado inteligente como para darse importancia, y se suicidó asiduamente. Pero en las cartas y en los diarios juveniles se observa algo inesperado: en contraste con sus amigos y colegas, Gil de Biedma sí creía en la Gloria. Y la Gloria, a diferencia de aquellos que dijeron amarle, le ha sido fiel.

Artículo publicado el domingo 11 de abril de 2010.

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Félix de Azúa

Félix de Azúa nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Ha publicado los libros de poemas Cepo para nutria, El velo en el rostro de Agamenón, Edgar en Stephane, Lengua de cal y Farra. Su poesía está reunida, hasta 2007, en Última sangre. Ha publicado las novelas Las lecciones de Jena, Las lecciones suspendidas, Ultima lección, Mansura, Historia de un idiota contada por él mismo, Diario de un hombre humillado (Premio Herralde), Cambio de bandera, Demasiadas preguntas y Momentos decisivos. Su obra ensayística es amplia: La paradoja del primitivo, El aprendizaje de la decepción, Venecia, Baudelaire y el artista de la vida moderna, Diccionario de las artes, Salidas de tono, Lecturas compulsivas, La invención de Caín, Cortocircuitos: imágenes mudas, Esplendor y nada y La pasión domesticada. Los libros recientes son Ovejas negras, Abierto a todas horasAutobiografía sin vida (Mondadori, 2010) y Autobiografía de papel (Mondadori, 2013)Una edición ampliada y corregida de La invención de Caín ha sido publicada por la editorial Debate en 2015; Génesis (Literatura Random House, 2015). Nuevas lecturas compulsivas (Círculo de Tiza, 2017), Volver la mirada, Ensayos sobre arte (Debate, 2019) y El arte del futuro. Ensayos sobre música (Debate, 2022) son sus últimos libros.  Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

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