Félix de Azúa
Ayer fue fiesta en Madrid, de modo que no hubo blog, se me olvidó avisarlo. Estamos tan acostumbrados a las vacaciones y a las fiestas que ni siquiera nos damos cuenta de que semejante jolgorio es un invento de hace cuatro días. Todavía a principios del siglo XX el concepto mismo de “vacaciones” o “fiestas” tenía una carga emocional intensa, era una reivindicación revolucionaria y olía a pólvora. En la actualidad parece un asunto meramente burocrático. Bueno, lo es.
Las fiestas antiguas ordenaban el año de manera que no hubiera despistes. Cuando llegaba la Candelaria había que plantar las habas, la festividad de San Martín era día de matanza y por el Corpus se cosechaban las uvas. Como es evidente, estos ejemplos son un invento, pero la música no.
Hemos olvidado por completo el antiguo calendario porque ya no existen las estaciones y, por así decirlo, las habas se plantan cuando nos da la gana, se mata el cerdo en todo momento y lugar, y las uvas se cosechan en Vitigudino, Cartagena de Indias o Nueva Zelanda según las fechas, de modo que tenemos uvas todo el año. Suprimidas la estaciones, ¿para qué necesitamos un calendario?
La desaparición del calendario estacional ha traído el nuevo calendario de días feriados y recuperables. Es decir, el calendario burocrático. Coincide a veces con el viejo calendario, como en la próxima emigración masiva de la Inmaculada Concepción, tiene narices la fiesta. No obstante, a poco que moleste el santo se traslada de día y se queda sin celebrantes. Me parece estupendo. Que taña el arpa.
Sólo siento que se hayan perdido las viejas formas de la pereza, de la vagancia, de la molicie, de la pigricia, cuando los humanos estábamos más cerca de los animales, es decir, éramos menos animales que en la actualidad. Cuando usábamos las fiestas para no hacer absolutamente nada, en lugar de matarnos a sacrificios deportivos, pintorescos, gastronómicos, automovilísticos y turísticos como en la actualidad.
Me parece emocionante y aún lloro cada vez que veo el cuadro de Millet en el que aparece una pareja de campesinos durmiendo a pierna suelta (buena expresión) a la sombra de un almiar. El cuadro lo copió otro hombre que sabía valorar el ocio porque nunca lo tuvo, Van Gogh, el suicidado por desconfiado. Sus campesinos haciendo la siesta son una de las pinturas más religiosas que conozco, un reposo total inundado de sol y placidez y pinceladas cortadas como tallos de trigo.
Los cuerpos estirados, el sombrero de paja sobre la cara, los brazos bajo la nuca, las piernas enlazadas a la altura de los tobillos… ¡qué espléndida es la posición del holgazán! Es una de esas posturas, como la del niño que se arranca una espina del pie o la muchacha que lava su cabello en el río, que mantienen intacta nuestra dignidad animal.
Si yo fuera artista trabajaría sobre los animales en reposo. Las vacas con las patas dobladas bajo los pechos, los caballos tendidos cuan largos son en la hierba, los patos con la cabeza hundida en el plumón del ala, los gatos desparramados junto al fuego, cuánta confianza, qué serena y magnífica aceptación de la oscuridad.
Buen fin de semana.