Félix de Azúa
Ayer comenzó el año, pero siendo así que no colgamos el blog los fines de semana, éste es el primer mensaje de 2006. Me gustaría dedicárselo a los músicos con quienes he intercambiado opiniones durante los últimos dos meses, en un foro de compositores españoles. Que es como mencionar una doble condena. No sólo españoles, sino encima compositores.
En nuestras discusiones ha salido a relucir una y otra vez la diferencia entre música “seria” y “popular”, o “superior” e “inferior”. Esta diferencia, para mi, es un espejismo. Sólo hay una música y es indivisible. Suena cuando quiere y la oímos como podemos. Su función es sencillísima: nos ayuda a comprender y a soportar, aunque las formas de esa ayuda son imprevisibles.
Decía Heidegger que para él no había música superior al tañido de las campanas en la hora del Ángelus. Y Ferlosio describía una música que arrebataba a los funcionarios árabes de Al-Andalus: el sonido de las túnicas de damasco arrastrándose por los suelos de mármol de la Alambra.
Como corroboración, quiero obsequiar a los compositores con un apunte estremecedor, una experiencia fenomenal de alguien que en plena guerra, hundido en la desesperación del desastre, recibió el consuelo de la música.
“En la radio del Hotel, una selección de la música de Blancanieves. Ruidos de fondo, parásitos. Pero cuando ha sonado la canción que conozco (y que tengo por cursi y trivial) ha sido como si una luz se encendiera en mi noche, una promesa de que todo esto acabará un día y volveré a ser humano. Ha durado unos quince compases, y se acabó”.
¿Adivináis quién lo escribió? No, no podéis adivinarlo. Era Jean-Paul Sartre, movilizado el año 1939, en sus espléndidos Carnets de la drôle de guerre. La película de Disney se había estrenado en 1938 y la canción a la que se refiere era “Un día vendrá mi príncipe azul”.
Suena cuando quiere. La oímos cuando podemos.