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Murieron armados hasta los dientes

Por 14 de noviembre de 2007 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Félix de Azúa

En las desoladas mesetas de Castilla, por sierras andaluzas cortadas a navaja, en el vientre de los bosques gallegos, acurrucados en madrigueras de las marismas ampurdanesas, los guerrilleros de la ofensiva contra el francés comenzaron el siglo XIX respirando pólvora, rumiando algarrobas, sin el menor atisbo de que iba a ser el siglo de la locomotora y el telégrafo. Vivieron en un mundo prehistórico, al borde del canibalismo. Y sin embargo aún podemos admirarles gracias a los relatos históricos o literarios que los pintan como fieras arcaicas, más próximas a Ayax y Aquiles que a los civilizados generales del ejército napoleónico a quienes combatían.

Las guerrillas aparecen en los pueblos pobres, sin ejércitos tecnificados y eficaces. En la España de Goya, el ejército regular y sus generales fueron derrotados por el invasor en una partida de mus. Los guerrilleros se convirtieron en la tortura de aquellos franceses que habían hecho una revolución para liberar a los labriegos, artesanos y demás plebeyos desangrados por la nobleza. Los guerrilleros españoles no podían creer que Napoleón quisiera rescatarlos de las sanguijuelas coronadas. Para ellos había algo previo, más cercano al animal que al humano: la jerarquía natural. De modo que hicieron imposible su propia liberación, pero crearon la primera soberanía popular española.

Como cuentan Rafael Abella y Javier Nart en su recién editado Guerrilleros (Temas de Hoy), el acoso de las partidas y el coraje de las Juntas fundó una patria común de hombres libres cuya expresión admirable fue la Constitución de Cádiz, promulgada por adolescentes. Es muy notable la proclama de la Junta catalana llamando a la liberación de España y a la rebelión de los españoles contra el invasor. Y de la junta Vasca. Y de todas las demás. La soberanía nació del sacrificio popular y el temple liberal de los jóvenes.

Tras la victoria regresó, sin embargo, la vieja Némesis hispana y el infame Fernando VII restauró la tierra de Caín y Abel. Nuestra condena se repite una y otra vez. También ahora.

Artículo publicado en: El Periódico, 10 de noviembre de 2007.

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Félix de Azúa

Félix de Azúa nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Ha publicado los libros de poemas Cepo para nutria, El velo en el rostro de Agamenón, Edgar en Stephane, Lengua de cal y Farra. Su poesía está reunida, hasta 2007, en Última sangre. Ha publicado las novelas Las lecciones de Jena, Las lecciones suspendidas, Ultima lección, Mansura, Historia de un idiota contada por él mismo, Diario de un hombre humillado (Premio Herralde), Cambio de bandera, Demasiadas preguntas y Momentos decisivos. Su obra ensayística es amplia: La paradoja del primitivo, El aprendizaje de la decepción, Venecia, Baudelaire y el artista de la vida moderna, Diccionario de las artes, Salidas de tono, Lecturas compulsivas, La invención de Caín, Cortocircuitos: imágenes mudas, Esplendor y nada y La pasión domesticada. Los libros recientes son Ovejas negras, Abierto a todas horasAutobiografía sin vida (Mondadori, 2010) y Autobiografía de papel (Mondadori, 2013)Una edición ampliada y corregida de La invención de Caín ha sido publicada por la editorial Debate en 2015; Génesis (Literatura Random House, 2015). Nuevas lecturas compulsivas (Círculo de Tiza, 2017), Volver la mirada, Ensayos sobre arte (Debate, 2019) y El arte del futuro. Ensayos sobre música (Debate, 2022) son sus últimos libros.  Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

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