Félix de Azúa
El 19 de octubre tengo una mesa en Santiago de Compostela sobre el tema general de los "caminos". Comparto mesa con un filósofo notable, Beat Wyss, lo que me da mucha alegría. Este es el texto que se difunde en la publicidad del acto organizado por el Xacobeo.
Ante la perspectiva de los infinitos caminos se encuentra uno como la araña centrada en una tela sin límites. ¿Qué pieza ha de caer? Si la extensión puede ampliarse hasta el infinito la pieza no puede ser de este mundo.
Por esta razón he elegido un camino muy celebrado en la literatura europea: el que define la arquitectura entera de la Recherche du Temps Perdu, de Proust. En ésta, una de las tres más grandes novelas jamás escritas, se define el tiempo perdido y encontrado mediante una metáfora que aparece en el comienzo mismo del texto. También allí hay un centro en el que se sitúa Marcel, protagonista y narrador, del que parten dos caminos. A simple vista parecen sendas opuestas que conducen a lugares distintos. El lector comprende, al poco de avanzar la lectura, que en realidad esos caminos definen dos mundos incompatibles, el de la vida privada y el de la vida pública, el del amor y el de la gloria, el de los sentimientos y el de la historia.
Las tres mil páginas de la narración proustiana se encierran en ese contendor colosal formado por dos caminos. La sorpresa del lector (y del narrador) es que ambos caminos son el mismo. Esta aparente paradoja sitúa la Recherche en su más alta ambición porque la coincidencia de los caminos nos enfrenta con la meta final de todo camino: la aniquilación y la igualación que fundamentan nuestra existencia como mortales. No importa el camino que elijas, al final siempre nos espera la Amarilla. Las tres mil páginas de Proust, sin embargo, son un intento desesperado y glorioso de engañar a Madame.