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Memorias memorables

Por 30 de mayo de 2023 Sin comentarios

Carlos Morla Lynch, Federico García Lorca y el embajador de Chile en España en 1932. Foto de la Fundación F.G. Lorca

Félix de Azúa

 

Lo primero que juzga uno, tras leer las ochocientas páginas de estos enormes cuadernos de recuerdos (Editorial Renacimiento), es que su autor, Carlos Morla Lynch, era una buena persona. Una bondad, sin embargo, que no estaba inspirada por la compasión, la caridad, la piedad u otra virtud cristiana, sino por la inteligencia. Y buena prueba de ello es que no confunde en ningún momento a los buenos con los malos. Los malos, por cierto, suelen ser tontos de remate.

Algunos lectores le conocen ya gracias a los diarios anteriores, los de 1928 a 1936, dominados por la figura de Lorca, íntimo amigo de Morla, y los de 1936 a 1939, estremecedores documentos sobre la Guerra Civil en los que no abandona nunca el juicio puramente humano para abrazar una ideología u otra. Su grandeza es evidente cuando sabemos que salvó la vida a dos mil personas acogiéndolas en la Embajada de Chile de la que era encargado de negocios, pero en realidad actuaba como embajador. Los primeros centenares eran ciudadanos de derechas perseguidos por los sayones rojos que los mataban en las checas y en las cunetas de Madrid. En la segunda parte son refugiados republicanos a los que perseguían con saña los esbirros de Franco. Total, dos mil vidas salvadas por este hombre, una especie de Schindler chileno.

Y ahora nos llega su diario de Berlín, cuya primera entrada es de enero de 1939 y la última de julio de 1940. Así que da un testimonio único del asalto de los nazis a la fortaleza europea y a la declaración (nunca oficial) de guerra invasora. Así, por ejemplo, asistió en persona a la reunión del Reichstag en la que Göring comunicó a todas las embajadas mundiales la anexión de Polonia: un disimulado anuncio de la guerra inminente.

Pero no es sólo un testimonio histórico, es también un cuadro escénico del Berlín de aquel momento con toda su abigarrada y diversa complejidad. Morla era un hombre de curiosidad insaciable y un talento literario indudable con el que dibuja cientos de retratos “al natural” de la más variada índole: viejos aristócratas acabados y medio lelos, odiosos funcionarios del Reich, o la gente menuda que forma su ámbito favorito, camareros, vendedores callejeros, criadas, mendigos, bebedores de taberna, chóferes, proletarios, en fin, el pueblo que tanto le había fascinado en España y que nunca olvidaría. De hecho, mientras está viviendo el ascenso de Hitler, la invasión de Polonia o la caída de París, no deja de preocuparse por los 17 comunistas que aún estaban refugiados en la Embajada de Madrid y sobre los que temía un asalto brutal que los sacara por la fuerza de la embajada y los fusilara de inmediato. Vivía espantado por las noticias que recibía de España sobre la barbarie del régimen, aunque no todas eran ciertas.

La misma honestidad que le llevó a refugiar primero gente conservadora y luego revolucionaria le habría llevado a proteger judíos de haberse quedado más tiempo en Berlín. Su indignación ante los primeros actos criminales antisemitas le encendía una cólera que no podía manifestar dada su posición oficial.

No le dio tiempo. En 1940 lo enviaron a Suiza donde permaneció hasta 1947. Aquel hombre imparcial, tan de la Tercera España, vivió la guerra en el más neutral de los países europeos. Luego tendría otros destinos hasta morir en 1969 y ser enterrado en España, su patria de adopción.

Los aficionados a la música tenemos, además, un regalo. Músico vocacional, amigo personal de Claudio Arrau y entusiasta de Furtwängler, vienen en sus memorias recuerdos de algunos conciertos sensacionales. La edición, a cargo de Inmaculada Lergo, con un estupendo conjunto de fotografías, es soberbia. ¡Ah, y con prólogo de Trapiello!

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Félix de Azúa

Félix de Azúa nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Ha publicado los libros de poemas Cepo para nutria, El velo en el rostro de Agamenón, Edgar en Stephane, Lengua de cal y Farra. Su poesía está reunida, hasta 2007, en Última sangre. Ha publicado las novelas Las lecciones de Jena, Las lecciones suspendidas, Ultima lección, Mansura, Historia de un idiota contada por él mismo, Diario de un hombre humillado (Premio Herralde), Cambio de bandera, Demasiadas preguntas y Momentos decisivos. Su obra ensayística es amplia: La paradoja del primitivo, El aprendizaje de la decepción, Venecia, Baudelaire y el artista de la vida moderna, Diccionario de las artes, Salidas de tono, Lecturas compulsivas, La invención de Caín, Cortocircuitos: imágenes mudas, Esplendor y nada y La pasión domesticada. Los libros recientes son Ovejas negras, Abierto a todas horasAutobiografía sin vida (Mondadori, 2010) y Autobiografía de papel (Mondadori, 2013)Una edición ampliada y corregida de La invención de Caín ha sido publicada por la editorial Debate en 2015; Génesis (Literatura Random House, 2015). Nuevas lecturas compulsivas (Círculo de Tiza, 2017), Volver la mirada, Ensayos sobre arte (Debate, 2019) y El arte del futuro. Ensayos sobre música (Debate, 2022) son sus últimos libros.  Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

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