Félix de Azúa
Lo superfluo del raciocinio y de la argumentación es el corazón de la política española, la cual se va pareciendo cada vez más a una serie de la tele
Si usted ha visto alguna serie o película española habrá observado que casi siempre hay una o varias personas que gritan, gesticulan, lanzan improperios e insultan. La atmósfera general suele ser la de una caseta de títeres muy zafios. Nunca se argumenta o se dialoga, que es la gracia de las series británicas o incluso de las francesas, porque los personajes no se definen por su capacidad de raciocinio, que es nula, sino por su mera presencia. Los esforzados actores y actrices solo pueden afirmar que ahí están ellos dando fe de que su cuerpo ya es suficiente para que el espectador identifique sin error quién es el más idiota.
Sorprende que esa manera de gritar e insultar sea tan típica de la ficción española. No se da en ningún otro medio europeo y por lo que la curiosidad me ha permitido ver, tampoco en las series turcas, mucho más comedidas y correctas, lo que les ha ganado una popularidad inesperada entre los adictos a la televisión.
Lo superfluo del raciocinio y de la argumentación es también el corazón de la política española, la cual se va pareciendo cada vez más a una serie de la tele. No es solo que un concejal de Zaragoza llame “carapolla” al alcalde de Madrid como si estuviera en una taberna, finca o pensión de serie española, es que en general no hay ni una sola argumentación entre los partidos, seguramente por imitación a las series televisivas que parecen el solo alimento de los políticos. Así, por ejemplo, lo único que han sido capaces de mascullar los de Podemos ante las amenazas rusas sobre Ucrania es un “no a la guerra” que suena a película subvencionada por José Luis Rodríguez Zapatero. ¿A qué guerra? ¿De qué están hablando? Da lo mismo porque lo siguiente es aullar que Ucrania es machista y heteropatriarcal, en tanto que Rusia usa el lenguaje inclusivo. Esta o cualquier otra majadería. ¿Quién imita a quién?