Félix de Azúa
Los versos de José Jiménez Lozano y el cómic de Felipe Hernández Cava pueden ayudar a digerir el pavo, el besugo, la centolla o lo que sea que caiga en sus respectivos hogares
¿Son realmente alegres las fiestas navideñas? Por supuesto, y desde el neolítico, que es cuando empezaron a celebrarse los jolgorios del solsticio de invierno. Este año el solsticio cayó el día 22, de modo que estamos en plena celebración.
Y lo que se celebraba era nada menos que algo trascendental. A partir de esa fecha los días dejan de menguar y comienzan a ser cada vez más claros y soleados. Es, por lo tanto, el momento de comenzar a preparar la tierra, esa tierra petrificada por el frío, para sembrarla en cuanto sea posible.
No es extraño que la fiesta solar se hiciera coincidir con el nacimiento de un dios esencial para la agricultura como es el sol, pero con el cambio de las divinidades quiso la Iglesia de Roma que el viejo Helios se convirtiera en un recién nacido llamado Jesús e hizo coincidir el solsticio con el niño dios.
Eso en Roma, donde Helios había sido un dios de primera categoría. En Bizancio, en cambio, aquella parte del cristianismo que suele llamarse “oriental”, no lo aceptó, les pareció un capricho del obispo de Roma y ellos mantuvieron su fecha del nacimiento de Jesús el 6 de enero, es decir, el día de la Epifanía, al que, con su astucia habitual, Roma impuso el disfraz y la leyenda maravillosa de los Reyes Magos.
Comprenderán ustedes que en estas fechas lo propio es hablar de regalos y jolgorio. La tierra se despierta, los días crecen, nosotros hemos llegado vivos a otro año y podemos cantar aquello de “el año nuevo se viene, el año viejo se va, y nosotros nos iremos y no volveremos más”. Como siempre, lo grandioso de la alegría es que podemos bailarla sobre nuestras tumbas.
Así que me voy a permitir regalarles dos títulos de libros que pueden ayudar a digerir el pavo, el besugo, la centolla o lo que sea que caiga en sus respectivos hogares.
El primero es para gente de corazón grande y abierto, humanos que aún buscan en la lírica lo que la prosa no les puede ya dar. Es una antología de José Jiménez Lozano, uno de los mejores escritores de la España de posguerra muerto hace pocos años. Se llama Señores pájaros (Pasos contados, con prólogo de Andrés Trapiello) y reúne 273 fragmentos o poemas, todos ellos dedicados a las aves, de las que Lozano era un fiel amante. En muchos de ellos las avecicas contrastan sus delicados perfiles con la nieve, porque Lozano vivía en un lugar frío y con muchos meses blancos. Así que no hay mejor lectura en estas fechas que un homenaje a lo más hermoso de la creación.
En el lado contrario me gustaría hablarles de algo infrecuente, un texto ilustrado, o sea, un cómic, si es que aún se llaman así. Este se encuentra en el lado opuesto, trata del mundo negro, de la maldad que a veces se apodera de algunos países y los destruye como la lepra. Su título, Lubianka, alude al gigantesco edificio bolchevique donde tenía su cuartel general la NKVD y la prisión anexa donde se torturaba hasta la muerte a los disidentes. No es que haya cambiado mucho, porque hoy es la sede del Servicio Federal de Seguridad, que viene a ser lo mismo. El autor del texto es Felipe Hernández Cava y los dibujos de Pablo Auladell (Norma Editorial). Cuenta la siniestra historia de un atroz suboficial que se dedica a la destrucción de la esposa de un gran poeta al que ya ha ejecutado. Podría ser una historia real, desde luego, porque conocemos casos muy similares. El arte del dibujante crea la atmosfera irrespirable de aquel régimen en el que asombrosamente siguen creyendo algunos ciudadanos. El texto de Cava, por cierto, recuerda con maestría el lenguaje que aún utilizan algunos de ellos que aún hoy tratan de someternos.
Entre el cielo y el infierno, bien está que elijamos una compañía que los muestre con buen pulso y gran corazón. No otra cosa hizo Dante.