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Infantes

Por 14 de abril de 2020 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Félix de Azúa

Permítanme un ruego a las autoridades. Ya sé que no les he tratado con reverencia, pero estoy dispuestos a olvidarme de todo si liberan a los críos
 

Dos están siendo los actores más dignos de este drama. Los trabajadores de la sanidad que se han entregado a su tarea, pero van más allá hasta poner en peligro sus vidas. Es la primera vez que vivo algo así en este país: un grupo numeroso de españoles que se está dejando la piel por cuidar a los demás. Y los segundos en dignidad son sus complementarios a los que se suele llamar "nuestros mayores" con esa cursi corrección política que corrompe la verdad. Los "mayores" somos los viejos de toda la vida, los ancianos, y ningún viejo prefiere que se le llame "mayor", ni lo agradece. Los viejos nos portamos casi tan bien como aquellos que nos cuidan porque no molestamos. Si hay que morir se muere, pero sin discursitos.

Hay un tercer personaje del que se habla menos y son los niños. Es en verdad chocante que aguanten con notable sosiego un encierro que en su caso es perfectamente insólito. Muchos adultos se han visto confinados y no sólo los prisioneros, también, por ejemplo, enfermos como los tísicos. Pero el confinamiento de los niños tiene algo de inicuo y contra natura. ¿Qué hacen sin el sol, sin el aire, sin los árboles, sin el agua y sin los juegos? Obligados a compartir dos meses de encierro con sus padres, por buenos que sean, hacen de la suya una situación agobiante, sobre todo sabiendo que los críos son quienes menos peligro corren. Los viejos nos morimos en cuanto nos roza el virus, pero los niños lo aguantan a cuerpo gentil. Hay pocos casos de infección infantil.

Así que permítanme un ruego a las autoridades. Ya sé que no les he tratado con reverencia, pero estoy dispuesto a olvidarme de todo si liberan a los críos. También para los ancianos será un prodigio verlos desde nuestras ventanas correr de nuevo por el mundo afirmando su perduración.

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Félix de Azúa

Félix de Azúa nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Ha publicado los libros de poemas Cepo para nutria, El velo en el rostro de Agamenón, Edgar en Stephane, Lengua de cal y Farra. Su poesía está reunida, hasta 2007, en Última sangre. Ha publicado las novelas Las lecciones de Jena, Las lecciones suspendidas, Ultima lección, Mansura, Historia de un idiota contada por él mismo, Diario de un hombre humillado (Premio Herralde), Cambio de bandera, Demasiadas preguntas y Momentos decisivos. Su obra ensayística es amplia: La paradoja del primitivo, El aprendizaje de la decepción, Venecia, Baudelaire y el artista de la vida moderna, Diccionario de las artes, Salidas de tono, Lecturas compulsivas, La invención de Caín, Cortocircuitos: imágenes mudas, Esplendor y nada y La pasión domesticada. Los libros recientes son Ovejas negras, Abierto a todas horasAutobiografía sin vida (Mondadori, 2010) y Autobiografía de papel (Mondadori, 2013)Una edición ampliada y corregida de La invención de Caín ha sido publicada por la editorial Debate en 2015; Génesis (Literatura Random House, 2015). Nuevas lecturas compulsivas (Círculo de Tiza, 2017), Volver la mirada, Ensayos sobre arte (Debate, 2019) y El arte del futuro. Ensayos sobre música (Debate, 2022) son sus últimos libros.  Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

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