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Huir del campo de concentración

Por 7 de mayo de 2008 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Félix de Azúa

El viaje se ha hecho ineludible. Millones de personas ocupan su ocio con esa vía de escape para aliviar la tortura urbana. Sin embargo los lugares insignes son ratoneras. Ir a Florencia o a la Costa Brava supone topar con el mismo ajetreo, estruendo, masificación y abuso del que queremos huir. Se impone la inventiva.

Algunos, como Jesús del Campo, viven fugas de intensa imaginación a lugares en los que nadie repara, pero son viveros de imágenes para el experto. Son viajes poéticos, más temporales que espaciales. Otros, como Robert Macfarlane, nos revelan preciosas zonas impenetrables aunque están a pocos kilómetros de la metrópoli. Son viajes radicalmente físicos.

/upload/fotos/blogs_entradas/naturaleza_virgen_promo_med.jpgEn "Naturaleza virgen" (Alba) este profesor de Oxford cuenta su pasión por las escasas áreas inaccesibles que quedan en Gran Bretaña, el país europeo más densamente poblado y en donde, aparte del paisaje victoriano que se ha conservado casi por motivos museísticos, la naturaleza salvaje ya ha desaparecido. Viajes nocturnos, en pleno invierno, a los fundidos glaciares escoceses. A marismas y turberas donde la bota se hunde hasta el tobillo. A cañadas desiertas desde hace medio siglo, hoy trenzadas de maleza y casi impracticables. A islas inhóspitas del septentrión británico. A los abruptos acantilados irlandeses.

Macfarlane se baña en gélidos ríos galeses, duerme acurrucado entre peñascos mientras cae la tempestad, escala en pleno invierno cimas de hielo petrificado. Y además del intenso placer corporal, se deleita en el detalle: el plumaje de un búho, el culantrillo de un pozo, los insectos bajo la corteza de un álamo muerto, las huellas del chorlito, la caliza arañada por la erosión. Macfarlane enseña a viajar por la oscuridad y lo invisible.

Lo tendría más fácil en España donde quedan tantos lugares que nadie ha vuelto a pisar desde que fueron abandonados por los trashumantes: la ruina del mundo agrícola ha creado admirables zonas salvajes a unas horas de muchas capitales. Por poco tiempo. Políticos delirantes quieren poner casinos en el desierto de Los Monegros.

Artículo publicado en: El Periódico, 3 de mayo de 2008.

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Félix de Azúa

Félix de Azúa nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Ha publicado los libros de poemas Cepo para nutria, El velo en el rostro de Agamenón, Edgar en Stephane, Lengua de cal y Farra. Su poesía está reunida, hasta 2007, en Última sangre. Ha publicado las novelas Las lecciones de Jena, Las lecciones suspendidas, Ultima lección, Mansura, Historia de un idiota contada por él mismo, Diario de un hombre humillado (Premio Herralde), Cambio de bandera, Demasiadas preguntas y Momentos decisivos. Su obra ensayística es amplia: La paradoja del primitivo, El aprendizaje de la decepción, Venecia, Baudelaire y el artista de la vida moderna, Diccionario de las artes, Salidas de tono, Lecturas compulsivas, La invención de Caín, Cortocircuitos: imágenes mudas, Esplendor y nada y La pasión domesticada. Los libros recientes son Ovejas negras, Abierto a todas horasAutobiografía sin vida (Mondadori, 2010) y Autobiografía de papel (Mondadori, 2013)Una edición ampliada y corregida de La invención de Caín ha sido publicada por la editorial Debate en 2015; Génesis (Literatura Random House, 2015). Nuevas lecturas compulsivas (Círculo de Tiza, 2017), Volver la mirada, Ensayos sobre arte (Debate, 2019) y El arte del futuro. Ensayos sobre música (Debate, 2022) son sus últimos libros.  Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

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