Félix de Azúa
En muchas películas de dibujos animados y alguna otra tirando a ciencia ficción que solía llamarse "El Hombre con Rayos X en los Ojos", acierta a pasar un personaje por una zona iluminada o cae en el ángulo de visión del Hombre con Rayos X y de pronto se hace visible su esqueleto. A veces eran señoras sentadas en taburetes de bar y el esqueleto conservaba la ropa interior y el cigarrillo entre los artejos. Era muy gracioso.
La mejor escena de este tipo, que yo recuerde, era la estupenda película de Schwarzenegger titulada "Desafío total", un prodigio de metafísica inconsciente. Los esqueletos en la pantalla de detección, controlada por la policía, se volvían contra el escrutador al saberse descubiertos y disparaban sus armas desintegradoras. La imagen saltaba por los aires.
Algo similar son los volúmenes que con una tenacidad admirable va publicando Andrés Trapiello bajo el epígrafe general de "Salón de pasos perdidos". Son ya diecisiete volúmenes en los que Trapiello cuenta con toda exactitud cuanto acontece en el círculo mágico de su vida privada. Hace un año exacto publicó el número 17, pero yo lo acabo de leer. El conjunto abraza un periodo singular, de 1987 a 2003, por ahora.
El proyecto puede parecer desorbitado, pero es de una audacia inusual y será un documento literario único en un país tradicionalmente roñoso en literatura memorialista. Sólo conozco otro caso similar, aunque en Gran Bretaña, el de James Lees-Milne que escribió un diario entre 1942 y 1997 y es una de las obras maestras de la literatura inglesa del siglo XX, sección gossip.
La principal diferencia es que Lees-Milne trabajaba para el National Trust y recorría una a una las venerables mansiones de la más decadente aristocracia mundial para ofrecer reparaciones y restauraciones a cambio de visitas turísticas: "Le arreglamos las goteras si permite que los plebeyos entren los jueves previo pago de entrada", decía Milnes. Las escenas eran escalofriantes. Tras la aparición del segundo volumen toda la nobleza arruinada sabía que las visitas de Milnes inmortalizarían el esqueleto del visitado, el cual generalmente recibía a Milnes en un estado etílico avanzado, a veces con el pantalón por los tobillos o sin pantalones, y así aparecía en sus diarios. No por eso dejaron de recibirle y aceptar visitas turísticas a cambio de un puñado de libras.
Por el contrario, Trapiello no trata a su visitado o visitante como una curiosidad teratológica sino que suele escribirlo con benevolencia, pero no puede impedir que su voluntad literaria triunfe sobre las convenciones burguesas, de manera que si hay que contar lo idiota que puede llegar a ser un alcalde de Madrid y cómo se comporta un idiota cuando es alcalde de Madrid (suceso que tiene lugar en este último volumen, "Apenas sensitivo"), pues se procede a ello sin vacilación. Y el lector se regocija.
No todo es dejar un retrato afinado de cientos y cientos de personajes, algunos muy notables otros meros comparsas, sino también que quede constancia de algunos sucesos que pueden tener importancia extrema en la vida de cada cual, aunque resulten triviales para el resto de la humanidad. Yo diría que la parte más inquietante y resuelta con mayor bravura es la larga historia de la muerte de una perra, narrada sin excesivo sentimentalismo, pero con una congoja severa y no soslayada. Trapiello es un escritor muy considerado con la muerte, a quien vigila la sombra y no la deja sola ni un instante. En este volumen hay numerosos momentos en los que la Amarilla aproxima sus dedos de hueso a un rostro, a un cuerpo, a un animal, a una planta, y ahí está Trapiello vigilando y tomando notas, a veces trémulas.
Como en el caso de Milnes o del Hombre con Rayos X en los Ojos, mucha gente ha decidido comportarse delante de Trapiello como si estuviera pasando un examen de química orgánica. Error tremendo. Tengo la certeza de que quienes tratan de engañar al Ojo con Rayos X son los que salen peor parados. Si entras en su órbita lo mejor es que no disimules absolutamente nada.
Por eso, una vez leído el volumen le cité para comentar algunas trivialidades con el taimado propósito de comportarme lo más groseramente posible, sólo por la curiosidad de saber cómo saldría mi esqueleto dentro de unos años en su pantalla de Rayos X. Fracasé. Es Trapiello un hombre tan afable y cordial que lo máximo que conseguí fue remover el azúcar del café con el dedo índice. O sea, una faena de aliño. Tendré que intentarlo de nuevo, no vaya a ser que estuviera yo tan soso que ni siquiera me programe.