Félix de Azúa
Lo mejor de visitar Toledo es haberlo visitado. No porque sea un timo sino porque está pensado para destrozar las piernas. Nadie sabe cuántas colinas lo forman, aunque los primados se mostraban partidarios de que fueran siete para arrimarse a Roma y darse pisto. Así que visitar Toledo es subir y bajar cuestas y costanillas hasta que los gemelos se mineralizan y cae uno al suelo como herido por el señor de Orgaz.
Es admirable ver a cientos de miles de turistas escalando o rodando por una montaña rusa hecha a mano, o sea, a pie, agonizando en directo. Sin embargo, si uno tiene pasión por ver lo que El Greco llegó a colocar en aquella ciudad, no tiene más remedio que acudir a verlo en vivo y dejarse los bofes.
Hay allí grecos por todas partes. En las iglesias, en los hospitales, en los palacios, en los conventos, quizás también en alguna casa de huéspedes. Esto es muy chocante porque lo que pintaba el griego sigue siendo anómalo ahora, así que imagínate en la amena sociedad toledana del siglo XVI. Las explicaciones que se pueden leer son siempre escasas. Nada en este mundo puede justificar que los brazos se enrosquen como cuerdas, las piernas cuelguen como congrios y los rostros se aplasten como bandejas. O que los cuerpos luzcan cabecitas de guisante sobre torsos de Maciste. No entonces. Luego sí. En el siglo XX algún pintor, especialmente Soutine, que encima de eslavo era dipsómano, se le acerca con provecho. Deberíamos decretar que El Greco iba de pareja con Picasso. Darle una nueva biografía con nacimiento en Elche en 1891 y muerte en Madrid hacia 1963 y así se le comprendería mucho mejor.
Los del 98 fueron de los primeros en tomar en serio al insólito pintor. Baroja lo puso de paisaje en "Camino de perfección". Varios noventayochistas llegaron a ir en romería pedestre de Madrid a Toledo para rendirle tributo. Supongo que al llegar a la Bisagra ya no podían subir ni una mísera calle y se volvieron a Madrid baldados, pero en carreta.
Lo peor es que a día de hoy no me imagino yo una romería de entusiastas ni por Marcel Duchamp.
Artículo publicado el 21 de marzo de 2010.