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El último grito sevillano (unánime)

Por 29 de octubre de 2007 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Félix de Azúa

Sin la menor vacilación, cuando un marciano me pregunta cuál es la ciudad más hermosa de España para pasar unos días en la Tierra le contesto: Sevilla, siempre. Está aguantando bastante bien la plaga del ladrillo choricero y también la del turismo masivo. Dejando de lado el aspecto monumental, ciudades como ésa, con parques generosos, jardines que colorean cada escondrijo, cada plaza, o se fragmentan en el mosaico de los balcones, ciudades que se dejan pasear durante horas sin cansancio y con el corazón ligero, son cada vez más escasas. Por eso corre peligro: su hechizo la puede convertir en una Venecia del sur y sufrir la misma degradación que la soberbia aunque ya imposible capital del Adriático de donde huye la población nativa.

A pesar de todo, aún no han podido con Sevilla. En esta semana, a las puertas de noviembre, las jacarandas lucían escandalosamente floridas y los jardines más frescos que en mayo. La masa turística no la daña en exceso si uno evita (con dolor) los Reales Alcázares, quizás el espacio guerrero más poético de la península y el más codiciado por los operadores.

Es cierto, el turismo aún no la ha herido de muerte, pero los alcaldes la pueden hundir en cualquier momento. El actual ha puesto en marcha una línea de tranvías que transitan como tiburones por el barrio de la catedral y giran cerca del Ayuntamiento con un estruendo férreo que ha de hacer felices a los vecinos. Tiene un recorrido de mil metros perfectamente inútil. Todos lo odian. Nadie lo quiere.

A su paso por la Avenida de la Constitución, estos escualos ciegos y los hercúleos postes que aguantan su catenaria (¡color negro betún!) han destruido uno de los mejores y más amplios paseos sevillanos, el de la fachada del templo. Tarde o temprano caerá un peatón o un ciclista triturado por las mandíbulas de la fiera. Es inevitable.

Los extranjeros pueden ser peligrosos, pero nada hay más peligroso que los nacionales. Sobre todo cuando se les llena la boca de amor a la patria y sacrificio por el noble pueblo que les ha elegido. Son tóxicos.

Artículo publicado en: El Periódico, 27 de octubre de 2007.

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Félix de Azúa

Félix de Azúa nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Ha publicado los libros de poemas Cepo para nutria, El velo en el rostro de Agamenón, Edgar en Stephane, Lengua de cal y Farra. Su poesía está reunida, hasta 2007, en Última sangre. Ha publicado las novelas Las lecciones de Jena, Las lecciones suspendidas, Ultima lección, Mansura, Historia de un idiota contada por él mismo, Diario de un hombre humillado (Premio Herralde), Cambio de bandera, Demasiadas preguntas y Momentos decisivos. Su obra ensayística es amplia: La paradoja del primitivo, El aprendizaje de la decepción, Venecia, Baudelaire y el artista de la vida moderna, Diccionario de las artes, Salidas de tono, Lecturas compulsivas, La invención de Caín, Cortocircuitos: imágenes mudas, Esplendor y nada y La pasión domesticada. Los libros recientes son Ovejas negras, Abierto a todas horasAutobiografía sin vida (Mondadori, 2010) y Autobiografía de papel (Mondadori, 2013)Una edición ampliada y corregida de La invención de Caín ha sido publicada por la editorial Debate en 2015; Génesis (Literatura Random House, 2015). Nuevas lecturas compulsivas (Círculo de Tiza, 2017), Volver la mirada, Ensayos sobre arte (Debate, 2019) y El arte del futuro. Ensayos sobre música (Debate, 2022) son sus últimos libros.  Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

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