
Félix de Azúa
Había que ir. No se podía uno escapar. Lo intenté un día, pero la cola daba cinco vueltas a la pirámide. Lo intenté una semana más tarde y llegué hasta la entada, pero para ver algo había que llevar periscopio: las masas se cerraban como bivalvos ante cada pintura. Por fin, esta mañana cumplí con mi obligación. Ya he visto la gran exposición que el Louvre dedica a Ingres. Menudo palo.
Ingres pintó toda su vida lo mismo. Escenas con griegos famosos (Edipo, Zeus, Aquiles), escenas con personajes famosos (Napoleón, Enrique IV, el Duque de Orleans), escenas con personajes desconocidos (el señor Bertin, la señora Leblanc, el señor Thévenin), escenas católicas (la Virgen, la Virgen, la Virgen), y señoras desnudas (odaliscas, bañistas, chicas del harén).
Todo lo pintó igual, fuera una señora en cueros o la Virgen de los Desamparados, un banquero o un ama de casa envuelta en fina hopalanda. En este sentido, fue ecuánime.
Quiso superar a Rafael sin conseguirlo, un propósito caprichoso donde los haya. Mientras tanto, Manet superaba a Rafael y a Ingres juntos, pintando muchísimo peor que ambos. Y es que el arte ya no iba por donde Ingres creía, sino por el lado salvaje, the wild side.
En una gran exposición como la que ahora comento con desvergüenza, uno se hace una idea bastante exacta de lo peor de un pintor. En el caso de Ingres creo haber dado con el punto. Y es que cuando pinta estampas católicas parece un pornógrafo desaforado, pero cuando pinta señoras en cueros parece un santo varón de exigua fauna y flora carnal.
A sus vírgenes de boca sensual y pecho tembloroso da un poco de vergüenza mirarlas a los ojos, pero las castísimas odaliscas y bañistas y harenistas, si oso añadir un neologismo a la ya muy cargada lengua española, podrían colgar de los muros del dormitorio de Monseñor Escrivá de Balaguer que Dios tenga en su gloria.
Lo mismo sucede con sus feroces guerreros, su Aquiles, su Napoleón, su Agamenon, que parecen muñecas de porcelana, son delicadísimos de miembro, quebraditos de cadera y finos de tobillo. En tanto que a sus damas burguesas de hacia 1830 sólo les falta el bigote para poder entrar en Las Cortes al grito de Todo el Mundo al Suelo.
Estas sorpresas tan desagradables, este dadaísmo avant la lettre, este gusto por desconcertar al pobre aficionado, me parece de muy mala entraña. De modo que lo execro.