Félix de Azúa
De ella solía decirse con cierto empaque lo de "lejana y sola" por una canción de García Lorca en la que un jinete adivina que la muerte le espera en las torres cordobesas. Asunto muy oriental este de viajar hacia el lugar elegido por la parca para ampararse de su víctima. Pero, en la actualidad, ni lejana ni sola. De lejana, nada: hora y media de Madrid por tren. Lo de sola aún menos: siendo estas fechas de abril, la ciudad está crecida de turistas.
Me acerqué a Córdoba para hablar de un libro y la ciudad, florida, limpia, insinuante, me acogió como un Romero de Torres. Hacía 15 años que no la pisaba y ha mejorado todo menos el Museo Arqueológico al que le han amputado la cervatilla. Se la han llevado a Medina Azahara, que no está fácil de alcanzar. Presa en aquel paraje desolado, a la cervatilla bien se le puede aplicar lo de "lejana y sola". Es su lugar de origen, me dicen, pero llevaba siglos acomodada a Córdoba. Si hubiera que devolver cada pieza a su cuna, nos quedábamos en cueros. La cervatilla es un bronce decorado con "finos roleos de ataurique", según el lenguaje municipal, quizás usada como embocadura de un chorrillo. Una pieza preciosa de largo cuello y patas cortas inventada durante el califato Omeya por encargo de Abderramán III para lucir en la fuente principal palaciega junto a tres hermanas. Una de ellas está ahora en Qatar. Otra, dudosa, en Madrid.
Es una pieza tan singular, dada la iconoclastia islámica, que lleva consigo la leyenda de una maldición según la cual las cervatillas traerán la destrucción a toda ciudad que las acoja. Fue cierto de Medina Azahara, menos cierto de Córdoba, y esperemos que no traiga la destrucción a Qatar, aunque su historia con el Barça tiene toda la pinta de una maldición sarracena.