Félix de Azúa
La única salida es impensable: un pacto de Estado con el PSOE para evitar que Vox gobierne, a cambio de la ruptura con los separatistas vascos y catalanes. No lo verán mis ojos
Es uno de esos raros momentos en los que el periodista le ve la gracia al oficio, cuando empieza a escribir sobre unas elecciones antes de que se abran las urnas, con la idea de entregar cuando todo haya acabado. Un viaje de dron. Empiezo a escribir el sábado y el domingo saldrán a votar (o no) los súbditos. Los profesionales de la política, los que se juegan el dinero, están ahora temblando, porque lo cierto es que los votantes ocupamos el lugar de los antiguos proletarios y servimos a unos amos cuyos intereses rara vez coinciden con los nuestros. ¿Nos han persuadido de lo bien que nos irá en esta vida si gana su partido? ¿Compramos el producto? No lo saben. Tienen un puño en la garganta.
Ahora ya es domingo. La campaña ha sido mediocre y futbolera. Enormes palabras para ideas minúsculas en dos formaciones de una incompetencia insondable. Pegados a ellos sus hijuelos, decenas de pequeños partidos que nacen como hongos. Es la metástasis identitaria. Alguien pedirá subir el porcentaje exigible para tener representación y que los enanos vuelvan al bosque, pero será una guerra perdida. Por las entrevistas se advierte que los votantes solo han aceptado los insultos porque nadie habla de programas. Saben a quién no deben votar, pero no para qué. A las ocho de la noche, las “encuestas a pie de urna” dan la victoria al PP, pero deberá gobernar con Vox. A las 10 de la noche se confirma el desastre: todos han perdido. Menudo éxito el del PP, cambiar a Ciudadanos por Vox. ¿Quién dirige ese carromato?
El lunes empezaron las verdaderas elecciones. Solo puede llegar al poder el PP, pero con medio Gobierno de Vox. La única salida es impensable: un pacto de Estado con el PSOE para evitar que Vox gobierne, a cambio de la ruptura con los separatistas vascos y catalanes. No lo verán mis ojos. Ni los suyos. Vienen meses ciegos.