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Algunos paisajes sin rostro

Por 11 de mayo de 2009 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Félix de Azúa

De un día para otro subimos la máxima de cuatro grados a veintisiete. Por la mañana decenas de conejos daban saltos lascivos entre los piornales y los cuatro perros de Paloma ladraban furiosos. Cuando por fin les dio la suelta, salieron disparados tras una joven liebre, pero con la resignación de quien emprende una tarea en la que ya ha fracasado cien veces.

    Aquí arriba, a mil trescientos metros, en la Dehesa del Cid, un pedazo de sierra abulense cercano a Sanchorreja, explotó ante mis ojos una vida que llevaba meses congelada. De la noche a la mañana el tilo echó hoja, los prados se tapizaron de ranúnculos, las grajillas comenzaron su pelea por los más altos nidos de los álamos. Sobre las culebras de la charca caían plumas de viejos machos derrotados.

    Esta parte de la sierra abulense está tachonada por las rocas desintegradas. Entre enebros y espinos apenas se alza una encina o, por milagro, un olmo pertinaz. Ni siquiera se le podría llamar "paisaje" de no ser por algunos caminantes antiguos que han dejado páginas capaces de dar alma al pedregal, los pastos, los arroyos, las reses negras que se recortan contra los roquedales. Un panorama inadmisible para la Guía Michelin. Quizás por ello lo tengo por uno de los rincones más soberbios de mi país.

    Podría decirse que es un paisaje que se siente cautivo, aunque no ufano, de su identidad y por lo mismo es áspero, severo, dramático. Un Catón de paisaje con incuestionables incitaciones al escepticismo. Todo lo contrario del País Vasco, pongamos por caso, tan proclive a la mística. Y lo digo porque he recibido el cambio de régimen de aquellas provincias norteñas en estas serranías donde nada recuerda la domesticada escenografía de los señoritos vascongados. También allí de un día para otro parece haber llegado el deshielo. Se van los tristes vascos humillados ante Dios. Llegan los vascos normales, aquellos a quienes no humilla ni dios. Se oye el aullido de la jauría feudal sedienta de sangre.

    Buena suerte Patxi, que te sea leve. Y si te largan de Álava, piensa en Ávila. A veces una sola letra puede salvarte la vida.

Artículo publicado el sábado 9 de mayo de 2009.

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Félix de Azúa

Félix de Azúa nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Ha publicado los libros de poemas Cepo para nutria, El velo en el rostro de Agamenón, Edgar en Stephane, Lengua de cal y Farra. Su poesía está reunida, hasta 2007, en Última sangre. Ha publicado las novelas Las lecciones de Jena, Las lecciones suspendidas, Ultima lección, Mansura, Historia de un idiota contada por él mismo, Diario de un hombre humillado (Premio Herralde), Cambio de bandera, Demasiadas preguntas y Momentos decisivos. Su obra ensayística es amplia: La paradoja del primitivo, El aprendizaje de la decepción, Venecia, Baudelaire y el artista de la vida moderna, Diccionario de las artes, Salidas de tono, Lecturas compulsivas, La invención de Caín, Cortocircuitos: imágenes mudas, Esplendor y nada y La pasión domesticada. Los libros recientes son Ovejas negras, Abierto a todas horasAutobiografía sin vida (Mondadori, 2010) y Autobiografía de papel (Mondadori, 2013)Una edición ampliada y corregida de La invención de Caín ha sido publicada por la editorial Debate en 2015; Génesis (Literatura Random House, 2015). Nuevas lecturas compulsivas (Círculo de Tiza, 2017), Volver la mirada, Ensayos sobre arte (Debate, 2019) y El arte del futuro. Ensayos sobre música (Debate, 2022) son sus últimos libros.  Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

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