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La noche griega

Por 18 de agosto de 2011 Sin comentarios

Eduardo Gil Bera

 

La Ilíada será uno de los textos más estudiados del mundo. Cada una de sus palabras, fórmulas y locuciones ha sido objeto insistente de investigaciones, tesis y comentarios. De modo que cualquiera de ellas es como esos copos de nieve que bajo el microscopio revelan mundos insospechados de láminas, prismas, dendritas, columnas, puentes y dodecágonos urbanizados.

Cuando contemplamos el cielo de innumerables luces adornado, y el suelo de noche rodeado, en sueño y en olvido sepultado, asistimos al mismo espectáculo que han mirado los hombres que habitaron la tierra desde la Ilíada a esta parte, y nos preguntamos si habrá habido materia más poetizada. Y con todo, la noche iliádica aún nos presenta oscuridades de sentido.

Hay, por ejemplo, una fórmula —νυκτὸς ἀμολγῷ “en […] de la noche”— que aparece en cuatro pasajes de la Ilíada y se ve que es propia de ella, porque su empleo en un pasaje de la Odisea es un homenaje tardío. La expresión desconcertaba a los escoliastas antiguos y ha sido muchas veces discutida por los modernos. ¿Qué quiere decir esa fórmula (genitivo más dativo siempre en final de hexámetro) referida a la noche? Lo que parece fuera de duda es que se refiere a lo que llamaríamos “noche cerrada”, o “corazón de la noche”. Ahora, lo que no se ve es el significado original.

Casi todos los antiguos han deducido que la fórmula tiene que ver con el verbo amelgo “ordeñar”, y propuesto que su sentido es “momento del ordeño de la caída de la noche”. Lo cual es muy bonito, pero la relación entre el ordeño y la noche no está nada clara, y tampoco se entiende por qué una sociedad, aunque fuera pastoril, acuñaría un término semejante para expresar el oscuro apogeo de la noche. 

La mayor parte de los especialistas modernos también han querido ver una relación con el ordeño. Algunas explicaciones son la leche: Worthen propone la traducción literal “la leche del atardecer”, porque es cuando el cielo se oscurece, excepto el núcleo del ocaso que es semejante a una gota de leche ordeñada en el fondo de un pozal oscuro. Gil Fernández y otros han propuesto que la fórmula se refiere al lapso nocturno en que la Vía Láctea es visible. También hay un grupo significativo de especialistas que se inclina por el sentido de “oscuridad”, como se lee en la mayoría de las traducciones. Y no faltan los que se manifiestan a favor de la relación metafórica de la noche culminante con la urbe henchida, pacíficamente pero enfrentados a quienes prefieren interpretar “forro de la noche”, porque la noche homérica, dicen, es envolvente.

El eximio Benveniste propuso que el sentido original de la raíz  melg– ha de remitirse a la de leĝ-, que es el de “recoger”, de modo que el sentido de amolgós sería “recogida”. Reconozcamos que el “recogimiento de la noche” tendría su punto místico delacruciano, e incluso asoma una apariencia de etimología razonable: la leche germánica (milch, milk…) viene de la raíz melg– “ordeñar” que a su vez procede de leĝ– “recoger”. Porque la leche fue la materia recogida por excelencia, la gran invención que revolucionó las tripas humanas y produjo una enzima ad hoc. Lo cual es para felicitarse. Pero la relación del ordeño con la noche sigue siendo oscura y traída por los pelos. Porque el sentido de la fórmula de la Ilíada ha de ser algo propio y propiamente dicho de la noche griega.

Por aprovechar la leche, ya que estamos, podríamos hacer queso. En el proceso de fabricación de este venerable alimento, hay un momento en que se rompe la tensión superficial de la leche cuajada y se forma un precipitado, compuesto por las proteínas, el calcio y la grasa, que se va depositando en el fondo de la disolución conforme se adensa. Ese precipitado será el queso, una vez retirado de la disolución de agua, sales minerales y hidratos de carbono que llamamos suero. Durante un tiempo, el suero continúa goteando del queso  recién formado y sus últimas gotas se escurren bajo la acción de la prensa.

La raíz verbal indoeuropea que significa gotear, escurrir, fundir, decantar es leg-, muy parecida a la más arriba mencionada leĝ-. Y las dos raíces son tan semejantes que, en griego,  leĝ– (la de “recoger”) produce λἐγω, mientras leg– (la de “escurrir”) da λἠγω. Según esto, el significado del discutido amolgós sería “adensamiento”. Momento en que nos preguntamos qué leches tiene que ver eso con la noche griega.

¿De qué materia está hecha la noche? Según la Teogonía de Hesíodo, al principio solo existía el Caos. De ese gran bostezo primordial, se derramaron dos efusiones oscuras. Una, masculina, es la llamada Érebo, la otra, femenina, es la Noche. 

El Érebo es la oscuridad abismada, estable y constante, que yace en las honduras subterráneas. La Noche, en cambio, es una oscuridad cambiante y susceptible de disipación, esparcimiento y emulsión, tiene infinitos grados, y presencia ubicua. Después del contacto amoroso con su hermano Érebo, la negra Noche parió el Día y el Éter.

Notemos que, en la mitología griega, el día y el éter son magnitudes negativas. Toda su esencia consiste en contener más o menos noche, y su falta de oscuridad es relativa. La relación del sol con el día y el éter brillante es circunstancial: el astro pasa por ahí. Ellos, en cambio, son de la misma materia que la noche. Y ésta tiene un devenir con oscuridad cambiante, de modo que el mediodía y la medianoche son fases suyas, igual que los crepúsculos. Solo hay un momento en que la oscuridad nocturna se estabiliza, ese momento de adensamiento y precipitado de la noche es el comprendido entre el crepúsculo de la tarde y el del alba. Durante ese tiempo, la noche permanece estable en su oscuridad, y contiene en su regazo a las estrellas. Se comprende que, en lo denso de la noche, ante ese fondo de condensación oscura y precipitada negrura, Orión, el Carro, la lanza de Aquiles y el resto del atrezzo homérico brillen especialmente. 

En lo denso de la noche, el león y las fieras atacan los rebaños, y Aquiles relumbra como una estrella en la estrellumbre incontable, y su lanza resplandece como el destello de Sirio, en lo denso de la noche. Y tuvo Penélope un sueño claro, en lo denso de la noche.

 

 

 

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Eduardo Gil Bera

Eduardo Gil Bera (Tudela, 1957), es escritor. Ha publicado las novelas Cuando el mundo era mío (Alianza, 2012), Sobre la marcha, Os quiero a todos, Todo pasa, y Torralba. De sus ensayos, destacan El carro de heno, Paisaje con fisuras, Baroja o el miedo, Historia de las malas ideas y La sentencia de las armas. Su ensayo más reciente es Ninguno es mi nombre. Sumario del caso Homero (Pretextos, 2012).

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