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El efecto Atarrabio

Por 31 de diciembre de 2012 Sin comentarios

Eder. Óleo de Irene Gracia

Eduardo Gil Bera

por el que la fama póstuma de un escritor y legislador poderoso, al incidir con un ángulo cualquiera en un medio y período iletrado, si tiene la inercia suficiente para atravesarlo sin disolverse, sufre una refracción en la que desaparece su longitud de onda letrada, y sólo se percibe como fama de hazañas de inteligencia y sabiduría extraordinarias, con muerte apoteósica. Esta fama, cristalizada en masas opacas, de variada composición prometeica, demiúrgica y protoinventora, persiste sin erosión visible durante generaciones, siglos y milenios.
 
Debe su denominación al nome de plume del franciscano medieval Petrus de Atarrabia, quien usó esa firma, (entre otras, como Doctor Fundatus y Petrus de Navarra) conforme a la preceptiva de la orden que impone la mención del pueblo  como apellido. Este eclesiástico, que vivió de 1275 a 1347, fue un intelectual influyente y suma autoridad política del reino de Navarra en la primera mitad del siglo XIV.
 
Se formó en Pamplona y París como filósofo escotista. Saltó a la fama teológica en 1320, con sus Quaestiones Quodlibetales, donde distinguía entre la intuición y la abstracción. Sostuvo formidable polémica con su colega nominalista Petrus Aureoli, y debatieron la intuición de lo no existente. Fue ministro de la provincia franciscana de Aragón (que incluía Navarra, Cataluña, Valencia y Baleares) y embajador de los reyes y las Cortes de Navarra. Como legislador, introdujo en el Amejoramiento del Fuero Navarro 34 capítulos en favor del poder el rey frente a la nobleza. Y una vez muerto, este gran señor que había sido tan sonado y poderoso desapareció en el absoluto olvido histórico, teológico, político y literario. 
 
Poco después nació en los cuentos de la más baja extracción social el portentoso Atarrabio, mitológico ser aéreo que velaba por la humanidad, se ocupaba de que hiciera buen tiempo, y de que las pedregadas no cayeran donde podían hacer daño, era modelo de ciencia y de sabiduría, engañaba al diablo en una aventura totalmente odiseica, y subía al cielo con muerte apoteósica cuando tenía a Dios en la mano. Este rústico Atarrabio de los cuentos vivió más de seis siglos, hasta que en 1974 Pío Sagüés descubrió la firma Petri de Atarrabia sive Navarra en unos códices de Tortosa, y publicó algún millar de páginas de sus Quaestiones Qodlibetales. Se descubrió así el origen del mito Atarrabio: el que dictó leyes al rey y al reino, y escribió cosas incomprensibles en latín, se había inmortalizado en los cuentos de los siervos analfabetos.
 
Hay en la historia de Tales alguna semejanza con la de Atarrabio. En los dos casos se trata de un legislador y escritor que está en el poder, y pasa a la posteridad como mitológico autor de hazañas sapienciales, mientras se ignora su identidad histórica de hombre de letras y político. El Tales poeta, real e histórico, tiene que ver con el Tales transmitido por las anécdotas, tanto como Quevedo con los chistes de Quevedo. Pero hay una diferencia esencial, Tales se ocupó con la mayor atención de la fama, fue el tema de su vida. Y distinguió entre fama en vida y fama póstuma. Era el más sabio de su tiempo y de muchos otros, meditó mucho el asunto. La autoría confesa de la Odisea, siendo él un político y legislador famoso vinculado a una célebre tiranía, no convenía a la obra, que sería criticada ad hominem, mientras atribuida a un legendario Homero, y bien declamada por profesionales, tendría la recepción merecida de lo que ya es sagrado y excelente, además la salvaba para la posteridad de la mano de la obra que más admiraba.
 
Entonces quiso dejar constancia de su identidad y autoría, al menos, humano deseo, para después de sus felices días. Y se ve, en las pistas que va dando en el panfleto, que se arriesga e insinúa tanto que sin duda coqueteó con la idea de ser reconocido en vida, siquiera en la extrema vejez. 

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Eduardo Gil Bera

Eduardo Gil Bera (Tudela, 1957), es escritor. Ha publicado las novelas Cuando el mundo era mío (Alianza, 2012), Sobre la marcha, Os quiero a todos, Todo pasa, y Torralba. De sus ensayos, destacan El carro de heno, Paisaje con fisuras, Baroja o el miedo, Historia de las malas ideas y La sentencia de las armas. Su ensayo más reciente es Ninguno es mi nombre. Sumario del caso Homero (Pretextos, 2012).

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