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Tratado sobre Mario Bellatin

Por 5 de julio de 2012 Sin comentarios

Eder. Óleo de Irene Gracia

Edmundo Paz Soldán

Hace unos quince años viajé a Lima en busca de un chamán que me librara del espíritu de un amigo muerto. El amigo se había suicidado, y su fantasma se me aparecía todas las noches. Lima, me recomendaron, es la solución, y yo partí. El chamán vestía de negro, llevaba botas militares, era calvo y le faltaba el brazo derecho. Se llamaba Mario Bellatin e iba con sus perros a todas partes. También era escritor. Me contó que escribía novelas, aunque en realidad los géneros eran más bien difusos para él. Quería llegar a un punto de libertad que le permitiera escribir simplemente libros. En la primera sesión de terapia me pidió que escribiera durante una hora. Sobre qué, pregunté. Tema libre, como cuando eras niño. Así lo hice, algo nervioso porque no estaba acostumbrado a tanta informalidad. Yo admiraba a Vargas Llosa, eso de las estructuras bien cuidadas, eso de la arquitectura narrativa. Mario se rió cuando le mencioné a Vargas Llosa. Me dijo que la escritura era pura intuición, y me pasó algunos de sus libros. Me impresionó Salón de belleza, me impactaron Flores y La escuela del dolor humano de Sechuán, me dejó frío Poeta ciego. Le pregunté por mi amigo muerto. Por toda respuesta, Mario se puso a girar como un derviche. Pertenecía a la religión sufí, me dijo, y eso le había enseñado que no debía tenerle miedo a mi amigo. Más bien debía disfrutarlo. Los muertos están vivos y siguen con nosotros, dijo. Viven en otra realidad, quizás más interesante que esta. Me fui de Lima con cierta tranquilidad; aunque el amigo no dejó de aparecer, yo ya sabía qué hacer con él, o al menos eso creía. Cinco años después viajé a México y me encontré en el metro con un hombre que vestía de negro, llevaba botas militares, era calvo y le faltaba un brazo. Mario, susurré. Me dijo que por pura coincidencia se llamaba Mario, pero que no me conocía. También se apellidaba Bellatin por pura coincidencia. Vendía sus libros en la puerta del metro. Eran libros artesanales, bien cuidados. Quería llegar a escribir cien libros, y si editaba mil de cada uno llegaría a vender cien mil. Le compré varios, todavía sorprendido por el encuentro, seguro de que él era quien yo decía aunque lo negara. Leí en casa libros que no entendí, con títulos que mencionaban a liebres muertas y un gran vidrio, libros escritos con un hermetismo que me negaba la entrada. Con todo, volví al metro al día siguiente, a saludarlo. No lo encontré. Pensé que quizás Mario Bellatin se había muerto hacía mucho y que me había topado con su fantasma. Poco después, en Ithaca, ciudad donde vivo, se iniciaron las apariciones. Un día, en el centro comercial, Mario Bellatin se puso a caminar conmigo y robó un gorro de beisbol de una tienda Old Navy. Otro, hizo una presentación a mis estudiantes, sobre Salón de belleza, en la que no abrió la boca. Los estudiantes escuchaban una grabación de Mario sobre los orígenes autobiográficos de Salón de belleza, extasiados. Bellatin dejó de aparecer, pero igual siguieron llegando los libros. El último, el más impresionante de todos, se llama El libro uruguayo de los muertos (Sexto Piso). "Así que a partir de lo intuitivo me parece que se crea una de las imágenes más propias posible", dice el narrador de ese libro magistral, que se llama Mario Bellatin, aunque esa intuición, claro, también se rige por una estructura bien cuidada, una arquitectura narrativa impresionante. ¿Cuál Mario es el narrador? Ya no importa. Ahora veo con claridad que, desde sus años en Lima, a partir de su práctica en apariencia inocua, él había estado formando una realidad fantasma. Un espacio donde las normas son otras. Tan ajenas a las habituales que se creaba incluso en ese momento de mi madurez la posibilidad de ir tras un Mario Bellatin que deambulaba por las estaciones del metro de la Ciudad de México vendiendo, uno a uno, los libros que, ironía de ironías, lo han ido convirtiendo en uno de esos seres imprescindibles que nunca estará muerto.

 

(La Tercera, 30 de junio 2012)

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Edmundo Paz Soldán

Edmundo Paz Soldán (Cochacamba, Bolivia, 1967) es escritor, profesor de literatura latinoamericana en la Universidad de Cornell y columnista en medios como El País, The New York Times o Time. Se convirtió en uno de los autores más representativos de la generación latinoamericana de los 90 conocida como McOndo gracias al éxito de Días de papel, su primera novela, con la que ganó el premio Erich Guttentag. Es autor de las novelas Río Fugitivo (1998), La materia del deseo (2001), Palacio quemado (2006), Los vivos y los muertos (2009), Norte (2011), Iris (2014) y Los días de la peste (2017); así como de varios libros de cuentos: Las máscaras de la nada (1990), Desapariciones (1994) y Amores imperfectos (1988).Sus obras han sido traducidas a ocho idiomas y ha recibido galardones tan prestigiosos como el Juan Rulfo de cuento (1997) o el Naciones de Novela de Bolivia (2002).

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