
Eder. Óleo de Irene Gracia
Edmundo Paz Soldán
La semana pasada estuve en San Juan, invitado por Mayra Santos a dar un taller de novela. También tuve una presentación en la Universidad de Puerto Rico, y otra con los "facilitadores" de literatura del Departamento de Educación. Todo tan agotador como estimulante. Me impresionó y conmovió el fervor de los que tomaron el taller de novela; yo creía que me iba a encontrar con principiantes, pero no, casi todos tenían una novela terminada y algunos ya habían publicado; entre esos textos, había algunos admirables (pienso en este momento en Pepa Pompa, de Mario Santana, pero había otros más, y si no los menciono es porque sólo pude leer los primeros capítulos de cada novela).
Hace unos quince años tenía una idea muy equivocada de Puerto Rico. Su estatus de estado libre asociado, su relación con los Estados Unidos, me hacían pensar que los puertorriqueños se sentían más norteamericanos que latinoamericanos. Luego conocí en Berkeley a Julio Ramos, un profesor que me dio a leer literatura puertorriqueña por primera vez, y tuve en la universidad amigas que me fueron hiciendo ver que todo era mucho más complejo de lo que creía. En los últimos años, gracias a la incombustible Mayra, he podido tener una visión más cercana y menos sesgada de la isla, y confirmar mis sospechas: estaba equivocado. Hay una visión pragmática de la relación con Estados Unidos, que hará que, probablemente, los independentistas sigan siendo minoría en la isla; pero, a la vez, el corazón de Puerto Rico estará con la literatura en español, con la música en español, con una forma caribeña de entender las cosas que tiene casi todo de América Latina y casi nada del imperio.
Entre los actos de la semana faltó uno: la presentación de la nueva novela de Mayra, Fe en disfraz. Alfaguara no logró tener la edición a tiempo. No importa: Fe en disfraz iniciará pronto su camino y nos descubrirá a una Mayra capaz de dialogar con un texto clásico (Aura) para su concepción del tiempo, y que ha logrado una novela que es a la vez histórica y contemporánea. No es poco. Si a eso le añadimos una visión fascinante del encuentro sexual como un combate violento, con un erotismo no exento ni de masoquismo ni de sadismo, la mesa está servida.