
Eder. Óleo de Irene Gracia
Edmundo Paz Soldán
"Más falsa que un billete de tres dólares", comento a la salida del cine. El niño pez es la historia de un amor entre dos chicas de diferentes clases sociales -Lala, la argentina de clase alta, y la Guayi, la sirvienta paraguaya- visita los territorios de lo inverosímil apenas iniciada, y no vuelve a recuperarse. Esta película tiene el corazón melodramático de una telenovela mexicana (pero al menos las telenovelas no tienen pretensiones de gran arte): la Guayi, después de una relación incestuosa con su padre, tiene un hijo de él y luego se fuga a la Argentina; allí entra a trabajar a la casa de la Lala, y pasa a tener amores con Lala y con su padre; la Lala mata a su padre por celos, pensando que luego se fugará al Paraguay y se encontrará allí con la Guayi…
Nada es creíble en la película de Puenzo: el glamour de la Guayi no va con su papel de sirvienta, los actores son flojos (el guión no ayuda), y la Lala, toda una asesina, se desplaza libremente como si la policía no existiera (ahora que lo pienso, no hay una sola escena en que aparezca la policía). Lo que pudo haber sido una fascinante exploración en la forma en que se crean los mitos se convierte en una desafortuniada serie de pasos en falso. En la última hora, la incomodad inicial da paso a la risa franca: una vez asumido su fracaso, se puede disfrutar de El niño pez.
La argentina Lucía Puenzo se ganó cierto crédito con su anterior película, XXY, una sugerente exploración sobre el hermafroditismo; el tema daba para una mirada sensacionalista, pero Puenzo se mostró contenida y madura; ahora, uno sospecha que la atracción de Puenzo por ciertos temas controversiales puede ser un gesto tan estridente como vacío.