Edmundo Paz Soldán
Ella y él estaban en su jeep en medio del puente. El tráfico se había detenido; los camiones delante de ellos esperaban la orden del agente del servicio de caminos para continuar su marcha. Él pensó que podían quedarse allí, suspendidos sobre el río, ni en un mundo ni en el otro, por un buen tiempo. Esos días, sentía que iba y venía sin preocupaciones, que sólo tenía tiempo y emoción.
–No hay apuro, ¿no? -dijo.
–Estos días, sólo tengo una dirección -respondió ella, que conducía–. La del viento, aquí en mi corazón.
Sonrió, sabedora de que a él le gustaban las frases cursis. Él recordó esa hamaca, en el pueblo que habían dejado atrás. Leía tirado en la hamaca cuando ella se le acercó y se echó sobre él. La había invitado a que lo acompañara en ese viaje, pero, una vez en su jeep, lo había paralizado la timidez. Ella, por suerte, había hecho la primera movida.
Los recuerdos iban y venían. Sólo le quedaban, a él, los que le daban sentimientos parecidos al movimiento de esa hamaca en el pueblo.
–Estoy pensando en la hamaca -dijo.
–Yo también -dijo ella–. No es como la del tobogán, esa vil metáfora de la vida y la muerte.
–Ni como el subibaja, que siempre te deja a tu suerte. Y siempre baja.
–Sí, mejor ir a la hamaca. Sin preocupación.
–Tiempo y emoción.
–Pura diversión.
–En nuestro corazón.
Él pensó que los dos eran cursis y eso era una cosa más que los unía. Era lindo, sacarse el chaleco antibala, dejar atrás ese tiempo en que debían cuidar todas sus frases, parecer siempre inteligentes, irónicos, escépticos, de vuelta de todo.
El agente dio la orden de continuar la marcha. Los camiones comenzaron a moverse. Él se inclinó sobre ella y le dio un beso en la mejilla.
–Vamos –dijo–, pelas ruas, pelas calles.
–No te apures -dijo ella–. Ésa recién es la siguiente canción.
Tenía razón. Había que disfrutar del momento, tratar de estirarlo hasta el infinito. Quedarse para siempre en ese puente, pensando en la hamaca.