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Blogs de autor

Quijote e hijos

Por 6 de noviembre de 2008 Sin comentarios

Javier Fernández de Castro

Julián Ríos

Galaxia Gutenberg

Quien lea sin sospechar una celada la sobrecubierta de Quijote e hijos se quedará con la impresión de que Julián Ríos está ofreciendo una recopilación de lecturas del Quijote realizadas por grandes escritores.

/upload/fotos/blogs_entradas/quijote_e_hijos_300_med.jpgY cuando digo grandes, y cito la mencionada sobrecubierta, estamos hablando de Thomas Mann, Machado de Assis, Arno Schmidt, Rayuela o Nabokov.

Debo decir que empecé a leer el libro con una cierta aprensión porque temía que fuera a pasarme lo mismo que me ha pasado siempre que alguien me ha regalado un disco con la versión novedosa, o  "muy personal", de una pieza que me resulta particularmente querida y que por ende la tengo muy oída. Las primeras audiciones suelen ser una lucha a brazo partido entre "mi" versión y la "novedosa", y sólo al cabo de unas cuantas broncas y rechazos -y sin llegar nunca a negar la versión con la que me he formado- empiezo a ver que tal vez la nueva tenga sus puntos de interés.

Hecho el necesario traslado, me estaba viendo pelear una tras otra con las lecturas realizadas por el elenco de escritores ya mencionados, y que difícilmente podrían armonizarse con la que yo vengo haciendo de don Quijote desde hace toda una vida. Pero no hay tal.

En estricta justicia, el único que de verdad habla de don Quijote es Thomas Mann por medio de un diario que escribió mientras releía el texto cervantino durante un viaje en barco a Nueva York. Las acotaciones de Mann dan pie a que intervenga Julián Ríos estableciendo concordancias y asociaciones de ideas con personajes que a él le son tan queridos como Nabokov, Shakespeare, Joyce y  muchos más. Pero ahí se acaban las lecturas cervantinas de los grandes nombres.

Una vez terminada la intervención de Mann -y que no resulta en absoluto conflictiva- los siguientes capítulos ya sólo tienen una relación muy tangencial con don Quijote. Pero una vez reajustado el tiro se disipa del todo la aprensión inicial y se puede proceder a la lectura de lo que de verdad hay, que  no es poco.

Porque hacer un repaso al Ulises de la mano de Julián Ríos  es un lujo. Ríos lleva toda la vida trabajando con Joyce y no me cabe duda de que sabe tanto de él como aquel Richard Ellmann al que Anagrama le publicó hace muchos años una gigantesca biografía en la que prácticamente le seguía la pista día a día al exilado irlandés como si de un Leopold Bloom se tratase. Quien haya leído a Joyce en su momento y luego se haya limitado a refrescar aquella proeza, va a descubrir un montón de aspectos del Ulises que ni sospechaba. Porque va de la mano de un experto.

Y lo mismo cabría decir de Arno Schmidt, un autor apenas conocido en España y al que en cambio Ríos conoce incluso en persona. O Machado de Assís, del que tampoco se puede decir que figure con frecuencia en las listas de los más vendidos.

Frente a lo que les pasa a los profesores -siempre tan preocupados por la opinión de sus compinches/competidores que no pueden hacer una simple afirmación sin abrumarte a fuerza de notas y citas de otras opiniones afines emitidas por eminencias intachables – cuando un escritor habla de otro escritor suele demostrar una soltura absolutamente creativa.  Una simple ojeada al texto sobre Thomas Mann permite ver a Ríos saltar cada pocas líneas de Tieck a Heine y de este a Jakob Wasserman, Antonio Machado, Goethe, Shelton, Sklovski o Hitler, aparte de que no va a tardar en tenérselas tiesas con Nabokov por afirmar que don Quijote le parece una "enciclopedia de la crueldad". Y Lolita qué, dirá Julián Ríos con evidente sarcasmo, para de inmediato comparar la suerte que Nabokov le reserva a esa pobre nínfula con la que Mann le ofrece a bello Tadzio de Muerte en Venencia.

Claro que lo mismo le pasa cuando, hablando de Arno Schmidt, en cuestión de unas pocas líneas  lo compara con Lewis Carroll y a ambos con Antón Chejov.  Schmidt, Carrol, Chéjov. Elemental, ¿no? Literatura de literatura, los autores de un autor. Qué hay de malo en ello.Y como digo, a la que se aprecia de qué va el libro, la lectura se hace mucho más relajada. Luego qué costaba decir claramente desde el primer momento la clase de libro que el lector está a punto de comprar.

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Javier Fernández de Castro

Javier Fernández de Castro (Aranda de Duero, Burgos, 1942- Fontrubí, Barcelona, 2020) ejerció entre otros los oficios de corresponsal de prensa (Londres) y profesor universitario (San Sebastián), aunque mayoritariamente su actividad laboral estuvo vinculada al mundo editorial.  En paralelo a sus trabajos para unos y otros, se dedicó asiduamente a la escritura, contando en su haber con una decena de libros, en especial novelas.

Entre sus novelas se podrían destacar Laberinto de fango (1981), La novia del capitán (1986), La guerra de los trofeos (1986), Tiempo de Beleño ( 1995) y La tierra prometida (Premio Ciudad de Barcelona 1999). En el año 2000 publicó El cuento de la mucha muerte, rebautizado como Crónica por el editor, y que es la continuación de La tierra prometida. En 2008 apareció en Editorial  Bruguera,  Tres cuentos de otoño, su primera pero no última incursión en el relato corto. Póstumamente se ha publicado Una casa en el desierto (Alfaguara 2021).

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