Clara Sánchez
Por fin se han terminado las elecciones en Estados Unidos. Resultaba cansino ver una y otra vez a los candidatos yendo de un estado a otro y escuchando mensajes que no iban dirigidos a nosotros, pero que acabarán salpicando nuestras vidas. Nos alegramos de que haya ganado Obama. Nos alegramos de que Bush se marche a su querido rancho y se recluya allí para siempre con la mirada perdida en el vacío. Nos alegramos de que la política de ese enorme país cambie de rostro y nos alegraremos mucho más si el rostro cambia la política del país. Que un negro alcance la presidencia supone un gran logro, un logro tardío por otra parte. Ojalá lo aprovechen y se acabe con la mentalidad que arrasa el mundo (fomentada por Bush y sus compinches) de buenos y malos, gente de orden y gente de desorden, blancos y negros, ricos y pobres, tontos y listos. Ese mundo esquemático se tambalea, se derrumba, no sirve para nada, es postizo. La vida nos exige que pensemos un poco y que no confundamos los mensajes claros con los mensajes que nos tratan como gilipollas. ¡Ya está bien de infantilismos! que sólo sirven para manipular al personal. Ni Obama es tan negro, ni la vida es tan simple, ni las razas son puras, ni hay que no dudar, ni es obligatorio no cambiar nunca de opinión. Basta con algo tan sencillo como sentir respeto por el prójimo. En eso confío cuando miro a Obama a los ojos.