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Iain Sinclair en la carretera

Por 16 de junio de 2016 Sin comentarios

Edmundo Paz Soldán

Cuando estudiaba en Alabama viajé a Oxford, Mississippi, a conocer Rowan Oak, la casona de William Faulkner durante más de treinta años. Quería ver el lugar donde un escritor que admiraba había escrito sus grandes obras. Me sorprendió descubrir cuán chico era el escritorio donde trabajaba, leer en una pared el esquema de una novela (descifré: "SUNDAY… return to the grave, the body has vanished") y aprender que a veces, borracho y cansado, Faulkner simplemente se dormía en el piso.

Para quienes buscamos el aura de un escritor admirado a través de sus lugares privilegiados, el galés Iain Sinclair es una suerte de ejemplo excesivo; gran experto en las "mutaciones del inmutable Londres" -ver, por ejemplo, La ciudad de las desapariciones (2015)–, en su reciente American Smoke: Viajes al final de la luz (Alpha Decay), en impecable traducción de Javier Calvo, cambia de rumbo y emprende una excursión a los Estados Unidos de los escritores que le han enseñado a leer y ver (sobre todo la generación Beat). El viaje incluye desvíos al Vancouver de Malcolm Lowry y William Gibson e incluso al Blanes de Bolaño (que aparece aquí como lo que un escritor anglosajón entiende que es el chileno: la mejor reencarnación del espíritu Beat para este siglo).

Como cronista, Sinclair no está necesariamente buscando a estos escritores para que le entreguen una frase reveladora, la clave para comprender mejor su obra; cuando, por ejemplo, se desplaza a Lawrence, Kansas, para conocer a Burroughs, escribe: "Yo no necesitaba que el gran hombre dijera una sola palabra. Solamente quería la oportunidad de ver si existía en forma física antes de que dejara de existir". Lo que se encuentra en esta exploración "psicogeográfica" a través de grandes distancias y espacios "claustrofóbicos" puede ser el artista, o el lugar, ambas cosas (o ninguna): Sinclair quiere llegar a la cabaña de Lowry en Dollarton porque "la idea de que se tirara esde su embarcadero destartalado y se zambullera en el agua fría del Entrante de Burrard había sido más potente que mi lectura de Bajo el volcán".

La prosa de Sinclair está llena de matices, se retuerce en cada frase; conexiones inusitadas se despliegan, hay chisme y erudición al por mayor, y se asume mucho del lector: sabemos de los Beat, pero no tanto de Charles Olson y los poetas de Black Mountain, con los que comienza agresivamente American Smoke. Uno tarda en entrar en ritmo, pero cuando lo hace, no para; hay perfiles magníficos (Gregory Corso "caminaba de punta a punta de su cabaña prestada, inflando sus confesiones hasta convertirlas en jactancias"), coincidencias imposibles, proyecciones desaforadas ("Blanes, lo reconocí, era un buen lugar para escribir. Tenía un poco el mismo espíritu que nuestro Hastings inglés: descartado, mitificado, venido a menos") y también momentos de iluminación (el viajero Burroughs dice: "el lugar no es importante. Me he pasado la vida buscando variedades superiores de aburrimiento. Un tercio de lo que escribo viene de los sueños, de ninguna parte en absoluto").

Sinclair recuerda un par de frases de Julian Barnes: "¿Por qué la escritura nos hace perseguir al escritor? ¿Por qué no basta con los libros?" En su caso, la sospecha es que su fascinación con Kerouac y compañía es una forma de compensar la intensidad que le falta a su vida y a la de los escritores de su generación en el Reino Unido. Es una obsesión que al final del libro, después de tanto viaje, parece curada: "sus intensidades nunca serían mías". No importa: queda American Smoke, el fanático y maravilloso recuento de esa adoración.

   

(La Tercera, 12 de junio 2016)
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Edmundo Paz Soldán

Edmundo Paz Soldán (Cochacamba, Bolivia, 1967) es escritor, profesor de literatura latinoamericana en la Universidad de Cornell y columnista en medios como El País, The New York Times o Time. Se convirtió en uno de los autores más representativos de la generación latinoamericana de los 90 conocida como McOndo gracias al éxito de Días de papel, su primera novela, con la que ganó el premio Erich Guttentag. Es autor de las novelas Río Fugitivo (1998), La materia del deseo (2001), Palacio quemado (2006), Los vivos y los muertos (2009), Norte (2011), Iris (2014) y Los días de la peste (2017); así como de varios libros de cuentos: Las máscaras de la nada (1990), Desapariciones (1994) y Amores imperfectos (1988).Sus obras han sido traducidas a ocho idiomas y ha recibido galardones tan prestigiosos como el Juan Rulfo de cuento (1997) o el Naciones de Novela de Bolivia (2002).

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