Edmundo Paz Soldán
Mientras los grandes grupos editoriales se muestran cada vez más reacios a publicar libros de cuentos, algunas editoriales independientes han decidido ocuparse muy en serio del género. En España, es ejemplar el caso de Páginas de Espuma: su editor, Juan Casamayor, prácticamente publica sólo libros de relatos (la editorial tiene una modesta colección de ensayo). Gracias a Páginas de Espuma, llegué a magníficos libros de Fernando Iwasaki, Ana María Shua y José María Merino. Ahora es el turno del venezolano Juan Carlos Méndez Guédez; su libro Hasta luego, míster Salinger, ofrece una mirada sensual y risueña del amor, no exenta de una nostalgia agridulce.
Méndez Guédez es uno de esos escritores incapaces de escribir una frase floja. La prosa destella; hay ecos del mejor Bryce Echenique -ese gran escritor a quien hace mucho tiempo echamos de menos–, pero la elegancia, la levedad y el sentido del ritmo son todos suyos: "la madre de Alberto era un olor cremoso, un olor cítrico y acaramelado que flotaba como una nube y que era su anuncio, la orilla de un olor, la esponjosidad de un olor, el olor mismo, y luego la madre de Alberto".
Hasta luego, míster Salinger tiene algunos relatos, como "En marzo florecen los prunos", que se leen como poemas en prosa (no desconfíen: estamos en buenas manos); hay otros en los que el recuerdo del amor pasado se convierte en conocimiento del dolor ("Tus ojos que me olvidaron tarde", "La Nova 74"); hay el ocasional texto que no funciona del todo ("Amanecer"), y al menos un par de cuentos magistrales ("El ojo insomne de las peceras" y el que da su título al libro).
"Una ciudad es sólo el lugar donde abrazas y te abrazan", leemos en uno de los cuentos; esa frase podría ser el emblema de este libro. El gran logro de Méndez Guédez es haber rescatado esta frase de los peores lugares comunes de la poesía amorosa en español (digamos, el Benedetti más adolescente).