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Del asesino como estrella de cine

Por 18 de noviembre de 2013 Sin comentarios

Eder. Óleo de Irene Gracia

Edmundo Paz Soldán

La mejor película que he visto este año es un documental. Se llama The Act of Killing y la vi en el cine de la universidad de Cornell; quise verla porque uno de los productores era Werner Herzog. Hacía mucho que no veía una reacción así al terminar la película, o mejor, una falta de reacción así: el público se quedó sentado en silencio por un buen rato, como tratando de decidir si convenía salir corriendo de la sala o quedarse a llorar. Ambas cosas a la vez, quizás, y por eso el susto en el alma, la parálisis.

Hacía más de diez años Joshua Oppenheimer filmaba en el norte de Sumatra, en Indonesia, un documental sobre las consecuencias nefastas de la globalización, cuando le contaron que en esa ciudad vivían asesinos muy orgullosos de su pasado. Oppenheimer se dedicó los siguientes años a tratar de conocer a esos asesinos -miembros de escuadrones de la muerte responsables, entre 1965 y 1966, de haber asesinado a casi un millón de sospechosos de ser comunistas–, y se sorprendió al descubrir que, en efecto, esos asesinos no tenían ningún problema en reconocer sus crímenes. ¿Cómo no jactarse, si lo que esos "gangsters" habían hecho no era visto como algo malo? En el país no había habido actos de reconciliación con el genocidio, y los "triunfadores" de ese periodo nefasto seguían en el poder.

The Act of Killing capta un momento perturbador en la historia de nuestra relación con los medios: en el tiempo de los reality shows y los selfies, hasta los asesinos quieren ser inmortalizados en una película. No es suficiente hablar, confesar los crímenes: Anwar Congo y otros paramilitares sueñan con una película que les permita recrear sus crímenes tal como ocurrieron. La realidad y la fantasía se muerden la cola: hacia 1965, Anwar y sus amigos eran conocidos como "los gangsters del cine" porque revendían entradas a la puerta de los cines. En su interregno, los comunistas querían, entre otras cosas, prohibir el cine norteamericano. Con el golpe militar de 1965, Anwar y sus cómplices se pusieron a matar a los sospechosos de comunismo copiando formas aprendidas en los géneros de Hollywood (películas de gangsters, Westerns). Recrear las muertes en The Act of Killing significa, entonces, traducirlas al lenguaje cinematográfico, aprehenderlas a través de los géneros que en su momento las inspiraron (a Anwar también le gustan los musicales, y la recreación de algunas muertes en clave de musical proporciona las imágenes más surreales de la película).

La mayoría de los asesinos que aparece en el documental habla con desenfado de su ausencia de culpa: pasan los años, y el trauma de lo que han hecho no parece posarse sobre ellos. Pero el documental trata de la performance de una subjetividad invulnerable, fantasía creída con tanta convicción que se convierte en identidad. Anwar Congo es una excepción: al comienzo lo vemos, feliz, bailando chachachá en la terraza donde cometió algunos de sus más de mil crímenes. Cuando se ve a sí mismo en una pantalla, después de la primera recreación, hay algo que no le funciona: quizás, dice, habría que volver a filmar, embellecer la escena pintando de negro su pelo canoso.

Embellecer es el mecanismo con el que se construye The Act of Killing: se trata de volver sobre un hecho abyecto y cubrirlo a través del barniz de los géneros (no se trata de verse matar, sino de verse matar como en una película de cowboys). El acto fallido de Anwar se transforma en el centro moral de la película: el asesino descubre su abyección, y Oppenheimer capta a Anwar volviendo al lugar del crimen para asfixiarse y hacer ruidos guturales delante de la cámara, incapaz de verbalizar el horror. The Act of Killing narra el deseo del criminal de recrear compulsivamente el suceso traumático -incluso situándose, en una de las recreaciones, en el lugar de la víctima–. Este documental es inquietante, sobre todo en esos momentos en que la reconstrucción de los crímenes deja de ser performance y se convierte en real para los actores.

 

 (La Tercera, 16 de noviembre 2013)

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Edmundo Paz Soldán

Edmundo Paz Soldán (Cochacamba, Bolivia, 1967) es escritor, profesor de literatura latinoamericana en la Universidad de Cornell y columnista en medios como El País, The New York Times o Time. Se convirtió en uno de los autores más representativos de la generación latinoamericana de los 90 conocida como McOndo gracias al éxito de Días de papel, su primera novela, con la que ganó el premio Erich Guttentag. Es autor de las novelas Río Fugitivo (1998), La materia del deseo (2001), Palacio quemado (2006), Los vivos y los muertos (2009), Norte (2011), Iris (2014) y Los días de la peste (2017); así como de varios libros de cuentos: Las máscaras de la nada (1990), Desapariciones (1994) y Amores imperfectos (1988).Sus obras han sido traducidas a ocho idiomas y ha recibido galardones tan prestigiosos como el Juan Rulfo de cuento (1997) o el Naciones de Novela de Bolivia (2002).

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